Volver
La frustración, la depresión y la ansiedad marcan el regreso de miles de migrantes colombianos y venezolanos tras las medidas antimigrantes de Donald Trump


Si la migración tiene una banda sonora, la actual es un tango. Suena a nostalgia y a frustración. Suena al famosísimo Volver, de Carlos Gardel. En las últimas semanas muchos venezolanos y también colombianos están retornando de su larga ruta migratoria, como cantaba el zorzal “con la frente marchita”, y “el alma aferrada” a un recuerdo de un sueño americano que no fue. Invirtieron sus vidas, sus ahorros, en esa apuesta y después de sortear la muerte en la selva o en su paso por México, se toparon con el muro de Donald Trump, con las amenazas y las deportaciones, con el miedo, cuyo efecto más evidente es lo que los expertos llaman “flujo migratorio inverso” en toda la región.
Hace unos días me crucé por casualidad en redes sociales con la imagen de un muchacho colombiano llamado Yiliberth Marín. Vestía un traje y gorra caqui como los que usan los vigilantes. Lo conocí en Bajo Chiquito, en el Darién, aún lleno de barro, con la selva a cuestas y tremendamente desolado: en el camino perdió a su hermana Ruth. La arrastró el río y su cuerpo quedó en el limbo de los migrantes que es esa jungla. Él y su cuñado buscaron a la muchacha durante tres largos meses y al final decidieron seguir la ruta hasta Estados Unidos. Por eso sorprendió su respuesta cuando lo saludé. “Digamos que estoy bien. Acá en Colombia otra vez”. Volvió solo, con el duelo de su hermana y la ausencia del perrito, y sin su cuñado, que decidió quedarse en México. “Ha sido duro volver. Pero poco a poco, bendito dios”.
No hay datos de cuántos migrantes colombianos han retornado al país. Tampoco de los venezolanos que por miedo a regresar a su país se quedan aquí. Las autoridades de la región son más laxas contando a los llamados retornados. Lo cierto es que la mayoría de los migrantes son venezolanos, como narraron esta semana los colegas Federico Ríos y Annie Correal en The New York Times, y están haciendo retornos igualmente riesgosos. Bajan en buses desde Estados Unidos y México hasta Panamá, donde toman lanchas. Esta vez no parten desde Bajo Chiquito ni atraviesan la selva panameña, sino desde Colón en barcos que los llevan hasta La Miel, donde cruzan caminando por la playa hasta Colombia. Las autoridades panameñas calculan que van 7.000 retornados por esa vía.
Algunos otros migrantes se están quedando en México a la espera de algún cambio en la política migratoria o porque no tienen dinero para retornar —la mayoría lo gastó todo para llegar a Estados Unidos—. “Hay muchos migrantes atrapados allí. Especialmente, haitianos, cubanos y venezolanos para los cuales volver a su país es muy complicado”, explica por teléfono Igor García, responsable de comunicación de Médicos Sin Fronteras para América Latina. Y alerta que muchos de los migrantes que esperan se ubican ahora no en ciudades grandes sino en zonas periféricas, donde están expuestos a violencia de grupos armados.
Y los hay también como Carlos*, un migrante colombiano en Estados Unidos que está aterrorizado. Es víctima del conflicto armado y anhela volver. La frase de Trump de hace unos días lo martilla: “Si deciden quedarse aquí enfrentarán duras consecuencias y serán deportados al lugar y forma que se nos antoje”. Pero no sabe cómo regresar. Ingresar a la app de Trump de Auto deportación Voluntaria (CBP Home) le da pánico, porque teme que en lugar de mandarlo a Colombia lo deriven a una cárcel como la de El Salvador. La Cancillería colombiana tampoco tiene mucha información para ese tipo de migrantes, aunque públicamente el presidente Gustavo Petro los ha invitado a volver. El 20 de mayo pasado retornaron bajo ese programa 26 colombianos. Ni en la web, ni en redes sociales hay una ruta visible que les dé tranquilidad a esos colombianos.
En cualquiera de esos casos, el retorno, explica García, de Médicos Sin Fronteras, tendrá un impacto en la salud mental. En México donde muchos migrantes quedaron varados y se enfrentan al retorno, ellos ya están atendiendo personas por depresión, ansiedad y estrés postraumático. Sienten que se quedan en un limbo sin saber cómo continuar el plan de vida después de apostarlo todo.
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