window.arcIdentityApiOrigin = "https://publicapi.elpais.diariodetocantins.com";window.arcSalesApiOrigin = "https://publicapi.elpais.diariodetocantins.com";window.arcUrl = "/subscriptions";if (false || window.location.pathname.indexOf('/pf/') === 0) { window.arcUrl = "/pf" + window.arcUrl + "?_website=el-pais"; }El matadero abandonado que se convirtió en referente cultural alternativo en América Latina | América Futura | EL PAÍS Américap{margin:0 0 2rem var(--grid-8-1-column-content-gap)}}@media (min-width: 1310px){.x-f .x_w,.tpl-noads .x .x_w{padding-left:3.4375rem;padding-right:3.4375rem}}@media (min-width: 1439px){.a .a_e-o .a_e_m .a_e_m .a_m_w,.a .a_e-r .a_e_m .a_e_m .a_m_w{margin:0 auto}}@media (max-width: 575.98px){._g-xs-none{display:block}.cg_f time .x_e_s:last-child{display:none}.scr-hdr__team.is-local .scr-hdr__team__wr{align-items:flex-start}.scr-hdr__team.is-visitor .scr-hdr__team__wr{align-items:flex-end}.scr-hdr__scr.is-ingame .scr-hdr__info:before{content:"";display:block;width:.75rem;height:.3125rem;background:#111;position:absolute;top:30px}}@media (max-width: 767.98px){.btn-xs{padding:.125rem .5rem .0625rem}.x .btn-u{border-radius:100%;width:2rem;height:2rem}.x-nf.x-p .ep_l{grid-column:2/4}.x-nf.x-p .x_u{grid-column:4/5}.tpl-h-el-pais .btn-xpr{display:inline-flex}.tpl-h-el-pais .btn-xpr+a{display:none}.tpl-h-el-pais .x-nf.x-p .x_ep{display:flex}.tpl-h-el-pais .x-nf.x-p .x_u .btn-2{display:inline-flex}.tpl-ad-bd{margin-left:.625rem;margin-right:.625rem}.tpl-ad-bd .ad-nstd-bd{height:3.125rem;background:#fff}.tpl-ad-bd ._g-o{padding-left:.625rem;padding-right:.625rem}.a_k_tp_b{position:relative}.a_k_tp_b:hover:before{background-color:#fff;content:"\a0";display:block;height:1.0625rem;position:absolute;top:1.375rem;transform:rotate(128deg) skew(-15deg);width:.9375rem;box-shadow:-2px 2px 2px #00000017;border-radius:.125rem;z-index:10}} Ir al contenido
_
_
_
_
En colaboración conCAF
Bolivia
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El matadero abandonado que se convirtió en referente cultural alternativo en América Latina

El mARTadero de Cochabamba es un ejemplo de cómo las periferias también pueden producir vanguardia

Jóvenes asisten a el mARTadero, en Cochabamba, Bolivia.

EL PAÍS ofrece en abierto la sección América Futura por su aporte informativo diario y global sobre desarrollo sostenible. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscríbete aquí.

Hace dos décadas, un grupo de artistas y gestores culturales bolivianos empezaron a escribir una historia singular en el circuito cultural boliviano. En el corazón de Cochabamba, una ciudad que entonces apenas superaba los 600.000 habitantes, se propusieron transformar un matadero municipal en desuso en un laboratorio urbano para el arte y la cultura, para visibilizar a una generación de artistas y gestores culturales.

Entonces, ese colectivo solicitó a la alcaldía el uso de lo que entonces era un viejo depósito de chatarra, pero que alguna vez había sido un espacio de sacrificio animal. Lo llamaron mARTadero. No imaginaban que ese lugar llegaría a convertirse con el paso de los años en una referencia continental, que ya ha sido objeto de casos de estudio de organismos multilaterales, como el Banco Interamericano de Desarrollo, la Organización de Estados Americanos y la UNESCO. Mientras la literatura técnica del urbanismo contemporáneo parecía haber “inventado” conceptos como el creative placemaking o la creación creativa de espacios, el mARTadero ya navegaba hace años una idea más ancestral: la del genius loci, o espíritu del lugar.

Esa atmósfera que hace a algunos lugares únicos ha estado allí presente desde mucho antes. El arquitecto Fernando García, impulsor y director del mARTadero, ha trazado un recorrido histórico del sitio, desde los primeros asentamientos tiahuanacotas, pasando por la llegada de los conquistadores, hasta la edificación de la primera plaza de toros de la ciudad en los arrabales populares. Incluso el recientemente fallecido premio Nobel Mario Vargas Llosa recordaba esa zona cochabambina donde vivió en su infancia en su artículo La capa de Belmonte.

En 2005, cuando todavía no había abierto sus puertas el centro cultural Matadero de Madrid, el mARTadero de Cochabamba abría sus puertas al público. Aun oliendo a grasa rancia y desinfectante, con un galpón principal con escombros, moscas y manchas de sangre seca, un grupo de artistas imaginó e hizo posible que este sitio acogiera conciertos, talleres de teatro, lecturas poéticas y debates sobre arte y ciudad, en un barrio degradado. La profunda crisis económica y social que vivía Bolivia, con seis presidentes en seis años y para quienes la cultura no era prioridad, no los disuadió.

El mARTadero, en Cochabamba.

El éxito de la planificación

Pero lo que ha distinguido al mARTadero no ha sido solo por su irreverencia, sino su metodología. En lugar de improvisar, sus creadores planificaron desde el inicio con metas claras: integrar la creación artística con el desarrollo humano, recuperar un bien patrimonial sin desplazar a la comunidad, y promover redes colaborativas entre actores culturales locales e internacionales. Se apostó por las personas antes que por el cemento. Mientras otros espacios culturales desaparecían con el agotamiento de algún fondo de cooperación, mARTadero logró consolidarse apostando por un modelo de gestión colaborativa y por un enfoque integral del desarrollo cultural.

En un país bipolar, que poco después viviría un boom de precios de materias primas y donde proliferaron obras faraónicas como el Museo de Evo Morales en la desértica Orinoca o la sombrerería de Sucre —ambos con un costo superior a los 20 millones de dólares—, el mARTadero ha ido contracorriente. No era un escenario al servicio del poder ni una ONG que reproducía moldes importados. Era un proyecto con visión a largo plazo, liderado por jóvenes que creían en transformar su entorno mediante la cultura.

La arquitectura del proyecto también merece atención. El edificio, que todavía conserva en sus piedras las huellas de los matarifes que afilaban sus cuchillos, fue intervenido con sensibilidad. Se respetó la estructura industrial original, con muros de ladrillo visto y techos altos, y se habilitaron espacios multifuncionales con materiales reciclados y criterios de sostenibilidad. Donde antes colgaban reses carneadas, hoy se cuelgan tramoyas de iluminación. El pasado no fue borrado, sino resignificado.

En términos urbanos, el mARTadero aplicó principios que hoy reconocemos como parte del urbanismo táctico: activar el espacio público desde la escala humana, crear vínculos afectivos con el entorno, y fomentar una ciudadanía activa. Desde allí surgieron iniciativas como la Bienal de Arte Urbano (BAU), que llevó intervenciones artísticas a barrios periféricos; Kuska, un colectivo de mujeres que usa el arte para el empoderamiento económico y social; o el Taller de Acupuntura Urbana, con resultados tangibles en otros barrios como la puesta en valor del Pasaje del Diablo o el Parque Urbano Ollantay, por donde patinan las ImillaSkate, que han inspirado a la multinacional del entretenimiento canadiense Cique du Soleil. Ollantay y Villa Coronilla justamente ha pasado de ser un barrio olvidado a un punto de encuentro para skaters, vecinos y clientes de restaurantes populares donde aún se sirve el tradicional caldo de cardán. Estas iniciativas no solo han fortalecido el tejido social del entorno, sino que también han añadido valor económico a la zona. El mARTadero es hoy un proyecto piloto afinado durante años, ideal para escalar o replicarse en otros contextos urbanos. Ha demostrado que la cultura puede tener impactos medibles en el desarrollo local.

El  a El mARTadero.

En estos 20 años, el proyecto ha enfrentado presiones políticas, recortes presupuestarios, incomprensión institucional y momentos de crisis interna. Sin embargo, ha sobrevivido, y sigue transformándose porque mantuvo su vocación experimental. En vez de institucionalizarse, se convirtió en una especie de “infraestructura blanda”: flexible, interdependiente, enraizada en el territorio y conectada con redes internacionales de gestión cultural, de creación y de residencias artísticas, compartiendo su experiencia en Europa, Asia y América Latina. Hoy, este es un ejemplo de cómo las periferias también pueden producir vanguardia. En un imaginario en el que las grandes capitales culturales absorben atención y recursos, experiencias como esta demuestran que desde el sur global es posible construir modelos innovadores, sostenibles y profundamente emancipadores.

Para quienes trabajan en planificación urbana, políticas culturales o desarrollo local, mARTadero es más que un caso de éxito: es una invitación a repensar el rol del arte en la transformación social. Nos recuerda que la cultura no debe ser un adorno de las ciudades, sino su motor. Y que la gestión cultural, cuando nace de una mirada crítica, territorial y colaborativa, puede convertirse en una forma de ciudadanía activa, y sostenerse en el tiempo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad , así podrás añadir otro . Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_