La selva misionera resiste: las mujeres que reviven el rincón más fértil de Argentina
En un paisaje biodiverso, pero herido por el monocultivo, una biofábrica comunitaria transforma desechos y devuelve la esperanza a la agricultura familiar


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Más de la mitad de la biodiversidad de Argentina se encuentra en la provincia de Misiones. Allí destaca un bosque atlántico rebosante de árboles como el cedro, y con abundancia de tierra. La selva misionera, como se conoce esta parte de Sudamérica, está marcada por la densidad de la vegetación que se entrelaza con una memoria agrícola que se remonta al siglo XIX. Pero ese territorio, herido por décadas por monocultivos como la yerba mate, el pino o el eucalipto, guarda espacio para la resistencia.
En Misiones, se gesta una revolución verde. Allí florece un modelo agroecológico gracias a unas mujeres que volvieron a mirar al suelo con respeto. La Asociación Civil Mujeres Soñadoras nació en los años noventa, cuando un pequeño grupo de familias comenzó a recibir semillas de un emblemático proyecto estatal para sembrar en sus chacras de 30 hectáreas. Aquello que nació como una experiencia comunitaria fue creciendo hasta convertirse en un espacio de gestión de residuos y de agricultura regenerativa que busca sanar lo que otros arrasaron. Uno de los pilares de esta transformación es la biofábrica Reverdecer, que transforma residuos como estiércol, serrín y ceniza en fertilizantes orgánicos y otros bioinsumos.

La idea es clara: cerrar el ciclo de la producción y devolverle a la tierra lo que le han tomado. “Comenzamos haciendo mermeladas de plantas que nosotras mismas teníamos”, cuenta Claudia Kozaczek, de 45 años y presidenta de la asociación, por videollamada con EL PAÍS. Entre mamón, maracuyá, quinoto y rosella, también conocida como rosa de Jamaica, las mujeres fueron construyendo un proyecto colectivo, que hoy tiene 50 socios de varias generaciones. Frente al modelo extractivo, ellas apostaron por un camino ecológico que ya involucra a otros 10 huertos aledaños comprometidos con prácticas regenerativas.
“Queremos cambiar el mundo”, bromea Marina Parra, de 49 años, coordinadora de la biofábrica y secretaria de Mujeres Soñadoras, mientras bebe mate con la mano izquierda. Este proyecto se consolidó gracias a un subsidio de ocho millones de pesos argentinos, unos 7.000 dólares que les dio en 2019 el Ministerio de Desarrollo Social. Con ese dinero compraron una volteadora autopropulsada, una máquina que mezcla y homogeneiza residuos durante el proceso de compostaje y facilita la producción a escala de insumos naturales. Es la única herramienta de este tipo que existe en el país.
Con ella, cada 15 días pueden producir alrededor 50 toneladas de bocashi, un tipo de abono orgánico fermentado que se utiliza para enriquecer el suelo y mejorar la salud de las plantas. Además de caldos minerales, biofertilizantes sólidos y líquidos para las plantaciones, que posteriormente comercializan a nivel local. Un estudio realizado junto a la Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad Nacional de Misiones demostró que los bioinsumos de Reverdecer tienen “rendimientos similares” y en muchos casos superiores a los fertilizantes químicos convencionales.

Según Fernando Puzzo, de 48 años, responsable provincial del proyecto y de la organización territorial Somos Red, uno de los objetivos principales del proyecto es ofrecer alternativas de trabajo a los más jóvenes de la zona. “Que la gente pueda quedarse en la vida rural y no tenga que irse por razones económicas”, explica. Algo que, según cuenta, dificultan los cultivos en el sistema tradicional —como las plantaciones de té— por los que una sola empresa compra un espacio y concentra las ganancias.
“Esto dificulta el sostenimiento económico de la vida rural y ahí es donde la familia tiene que emigrar”, agrega. Entre 2005 y 2010, se estima que Misiones perdió alrededor de 17.700 personas por migración interprovincial, según datos del Gobierno. Ahora, Mujeres Soñadoras está gestionando el registro de sus productos ante las autoridades sanitarias del país, lo que permitirá expandir su alcance a nivel nacional.
Trenzando la memoria ancestral
Una de las jóvenes que ha decidido quedarse para sumarse al proyecto que recupera el valor del bosque nativo es Marianela Scharschinger, de 28 años e hija de Claudia Kozaczek, que trabaja como integrante del equipo de coordinación de la biofábrica Reverdecer y es tesorera en la Asociación Civil Ampliando Pueblo. “Muchos de los conocimientos han pasado de generación en generación, lo que continúa hasta hoy. Vamos recuperando siempre. Lo mismo que con las hierbas medicinales”, cuenta.
“Se van transmitiendo especialmente entre mujeres. Por los roles que la sociedad nos ha destinado”, complementa Marina Parra. Podría ser de otra manera tranquilamente, pero es de este modo porque a las mujeres las han ubicado “en un lugar de tareas de cuidado, de reproducción y sobre todo vinculadas al alimento y a la medicina”, expresa.
Ese conocimiento de semillas y plantas se ha volcado de manera concreta en talleres de educación ambiental dirigidos a personas de la zona, pero también a adolescentes y estudiantes de agronomía. La asociación se erige como un espacio ambiental que cuenta con un vivero de plantas nativas que recoge, además, los saberes de las comunidades indígenas guaraníes. “Es muy interesante el intercambio que se da en la conversación. Muchas veces incluso con semillas o fruta. Es una forma de que se conozca esa diversidad”, reflexiona Parra.
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