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El fin del mundo: entre la fisión nuclear y la metafísica llevada a la acción

Max Planck revolucionó la física al descubrir que la radiación no se emite de manera continua, sino que aparece en pequeños paquetes discretos e indivisibles que denominó ‘quanta’

Max Planck
Montero Glez

Carl Schmitt, el polémico jurista alemán, define la física cuántica como metafísica primaria; se trata de una exposición lanzada sin exactitud en una de las entradas de su dietario, pero que le vino bien tomarla de ese modo para criticar a Max Planck y a Werner Heisenberg como “desintegradores de la filosofía del idealismo alemán” sostenida por Hegel.

Tal y como se deduce de la lectura de sus escritos publicados bajo el título de Glossarium (El Paseo), Carl Schmitt traslada el mundo microscópico a la dimensión pseudocientífica donde las partículas elementales inspiran un misticismo cuántico que es pura ficción. Suele pasar, pues Carl Schmitt no fue —ni será— la única persona que traspasa los límites del entendimiento científico en lo que respecta a la física cuántica para interpretarla como fábula.

Si no queremos cometer su error y deseamos guiarnos a través del asombroso mundo de las partículas invisibles y de su historia, hay un libro que se ha vuelto a reeditar; un extenso trabajo que forma parte de una trilogía escrita por José Manuel Sánchez Ron donde el físico nos aclara todo lo referente al mundo microscópico. Se titula Historia de la Física Cuántica (Crítica).

El citado libro, Sánchez Ron reconstruye de manera sencilla y minuciosa los acontecimientos que llevaron a interpretar las partículas elementales en términos de cantidades observables. Para conocer este apasionante mundo —donde las fluctuaciones de vacío que se dan en lo más pequeño nos llevan de viaje por el espacio a lo largo de todo el universo— Sánchez Ron se remonta hasta la noción de cuerpo negro, introducida de manera técnica en un artículo publicado en 1860 por el físico prusiano Gustav Kirchhoff y que fue el germen de la mecánica cuántica.

Porque, a partir de aquí, Max Planck saldrá a la búsqueda de la medida con la que un cuerpo negro se relaciona con la energía electromagnética, dando con la clave años después, en 1900, revolucionando la física al descubrir que la radiación no se emite de manera continua, sino que aparece en pequeños paquetes discretos e indivisibles que denominó quanta, partículas responsables del fenómeno electromagnético. Y con esta idea de la cuantización de la energía, Einstein propuso que la luz podía comportarse como un conjunto de partículas que denominó “cuantos de luz”. Sucedió hace un siglo y, con ello, Einstein destapó el tarro de las esencias que servirían para experimentar con los modelos atómicos de Rutherford y Bohr, y sentar las bases teóricas de la fisión nuclear y, por tanto, de la bomba atómica.

Resulta apasionante el desarrollo de la experimentación atómica; un viaje que no permite atajos y que levanta el polvo y la arena del desierto de los Álamos, donde la figura flaca de un hombre con sombrero recorre la noche consumiéndose entre las brasas de su cigarrillo. Se trata de Robert Oppenheimer, considerado padre de la bomba atómica y a quien cita Schmitt en otra de sus entradas del dietario, componiendo un juego de palabras con Pappenheimer, palabreja que —según señala el traductor González Viñas— viene a significar “antecedentes familiares”.

En este caso, haría falta un estudio metafísico para explicar cómo uno de los arquitectos del Tercer Reich ha influido en ciertos sectores de la izquierda, y cómo un descubrimiento esencial para la ciencia como lo es la física cuántica ha servido para destruir y amenazar el mundo en que vivimos.

El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.

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Sobre la firma

Montero Glez
Periodista y escritor. Entre sus novelas destacan títulos como 'Sed de champán', 'Pólvora negra' o 'Carne de sirena'.
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