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La veterana artista Marisa González no teme a la Inteligencia Artificial: “La utilizo como cualquier otra herramienta, aunque es mejorable”

El Reina Sofía dedica una completa antológica a la creadora pionera del arte electrónico, Premio Velázquez 2023

Marisa González, en la exposición antológica que le dedica el Reina Sofía, el pasado 13 de mayo.

Marisa González (Bilbao, 81 años) es una de las primeras creadoras que utilizó en España las nuevas tecnologías en beneficio del arte contemporáneo. Cuando otros seguían con la paleta de colores, ella prefirió adentrarse en los secretos de las computadoras o las fotocopiadoras recién inventadas, igual que hoy se mide sin temores con la Inteligencia Artificial. Activista y feminista, desde sus años de aprendizaje en el Chicago de los setenta, los temas de su extensa obra han sido los mismos a lo largo de cinco décadas: el pacifismo, la igualdad, la historia, el cambio climático.

Respetada y querida en el ámbito artístico, en marzo de 2023 González se dolía en este periódico de que, pese a sus muchas exposiciones, no contaba con grandes reconocimientos oficiales. Pero en octubre de ese mismo año se quitaba la espina al recibir el premio Velázquez, el máximo galardón para un artista del ámbito Hispanoamericano. El premio tiene una dotación de 100.000 euros y, lo que seguramente para ella es más importante, una exposición antológica en el Museo Reina Sofía. El dinero, al parecer, ya lo ha gastado y la antológica está lista: se podrá ver en el Edificio Nouvel desde el próximo 21 de mayo hasta el 22 de septiembre.

A media mañana del miércoles Marisa González llega al museo apurada por un retraso de pocos minutos. Lleva un par de objetos que ha cargado en su estudio: una bombilla de gran tamaño y un trozo de madera oscura que debió de ser parte de una señal interna de Lemoiz, la central nuclear en Bizkaia a la que en 2000 dedicó una de sus series más extensas. En ella documenta el desmantelamiento y vaciado de la planta construida en la costa vasca, que nunca llegó a funcionar por las constantes manifestaciones de la población y por los atentados de ETA (cinco asesinatos y unos 300 ataques). “Lo que fue la central es un edificio vacío”, cuenta la artista vizcaína. “Pedí al Gobierno vasco que creara un museo dedicado a la energía, pero no les interesó la idea. Acabará siendo una piscifactoría o algo parecido”.

Detalle de la antológica dedicada a la obra de Marisa González en el Reina Sofía.

En el recorrido por la exposición no hay un discurso estrictamente cronológico porque González va y viene con sus grandes temas. Titulada Marisa González. Un modo de hacer generativo y comisariada por Violeta Janeiro, la artista cuenta que la antológica recoge una veintena de proyectos que explican perfectamente su obra. Un colorido cortinaje de tintes futuristas da la pista al visitante de la esencia de la obra de González: un diálogo con las tecnologías más punteras de cada momento, produciendo imágenes nacidas de pruebas y errores. Las colgaduras que descienden del techo de la primera sala resultan ser la suma de varios rollos de colores del papel matriz que se utilizaba en las primeras fotocopiadoras en color que llegaron a sus manos. En ese espacio de entrada se mezclan temas y materiales: de las figuras imantadas con las que proponía test psicológicos hasta fotocopias que son autorretratos, junto con un bodegón de cabezas defectuosas de muñecas que le regaló la firma Famosa o un chayote (hortaliza originaria de Mesoamérica) que sobrevive fuera de su ámbito con aspecto monstruoso.

El feminismo y la denuncia de la agresión contra las mujeres ocupan un importante espacio en la exposición. La serie Violencia/Mujer la empezó a mediados de los setenta en Washington. Estudiante en la Corcoran School of Art trabajó junto a su profesora y amiga, la artista feminista Mary Beth Edelson. Con los rostros de otras compañeras de estudios compusieron la pieza titulada La Descarga, una denuncia contra las torturas sufridas por las mujeres durante la dictadura de Pinochet en Chile. La segunda serie realizada con su mentora se titula Liz y sus máscaras y trata sobre la identidad de una mujer mulata, la ocultación y las múltiples caras de una identidad no definida.

Exposición antológica de Marisa González en el Reina Sofía.

La pesadilla de Trump

¿Qué opina la artista sobre los cambios que está viviendo Estados Unidos desde la llegada de Donald Trump? “¿Qué voy a opinar? Que es una pesadilla que tiene que terminar cuanto antes. Yo viví en los Estados Unidos cuando las grandes manifestaciones contra la guerra de Vietnam. Me es insoportable ver la masacre de Gaza cada día sin que hagamos nada…”.

La casualidad, lo no buscado, forma parte importante en la obra de González. Es el caso de las guatas que descubrió en 1977 cuando vivía en Washington. Un incidente casero con la secadora de ropa le llevó a descubrir que el electrodoméstico disponía de una rejilla que filtraba el paso de los restos de la ropa. Esa acumulación de pelusas tintadas le sirven a la artista para crear Presencias (1977-1986), un proyecto que dio a conocer en la galería madrileña Aele con su responsable, Evelyn Botella, una profesional que apostó por obras feministas desde la década de 1970.

La poética del fax

En los tiempos previos a internet, una de las herramientas esenciales para la comunicación fue el fax, una máquina capaz de enviar documentos instantáneamente a largas distancias, escaneando, transmitiendo e imprimiendo copias exactas. En 1992, Marisa González impartió en el Círculo de Bellas Artes de Madrid uno de los Talleres de Arte Actual, titulado La poética de la tecnología, y dentro de este taller, en 1993, creó la Estación Fax/Fax Station, instalación de la exposición colectiva Esto no es una crisis. La iniciativa, abierta a quien quisiese participar, convocó y recibió imágenes y textos de todo el mundo a través de un fax que colgaba del techo de la cúpula.

La artista Marisa González, en la antológica que le dedica el Reina Sofía.

Filipinas en Hong Kong

De vuelta de un viaje de Vietnam con parada en Hong Kong, González se topó con un mundo de esclavitud que impactó en su marcada conciencia social. Descubrió a grandes grupos de mujeres sometidas a abusivos contratos que trabajaban seis días a la semana por unos 250 euros mensuales. Su única jornada libre es el domingo y ese día tomaban el centro de la ciudad. Se juntaban al amanecer y se despedían a las 20.00. Se reunían en torno al lujosísimo edificio del centro financiero construido por Norman Foster para bailar, comer, jugar al bingo y preparar paquetes que envían a sus familiares. Las fotografías y vídeos dan cuenta de un terrible mundo de esclavitud que sacudió la Bienal de Arquitectura de Venecia de 2012, una edición dirigida por David Chipperfield.

No es esta la primera vez que Marisa González expone en el Reina Sofía. Estuvo en la apertura oficial del Museo, en 1986, con una exposición que aquí se recrea. Se titulaba Procesos: cultura y nuevas tecnologías, realizada con Sonia Sheridan: ambas instalaron la primera estación del ordenador Lumena en España. Era una paleta digital que permitía procesar de forma creativa imágenes captadas en directo. Ahí se pueden ver retratos de algunos de los que formaron su círculo más personal: Claudia Giannetti, Menene Gras, Lola Dopico, Carlos Jiménez, José Ramón Danvila, Fernando Huici o Pedro Garhel.

Detalle de la antológica dedicada a Marisa González en el Reina Sofía.

Al final del recorrido hay una sala especialmente conmovedora para la artista: La Fábrica (1999-2000). Un bosque de lámparas negras proyectan su luz sobre las palabras que los empresarios vascos escribieron para culpar a los trabajadores por el cierre. Se leen frases como “Quieren un día libre a la semana”o “Se niegan a trabajar las horas necesarias”. En la pared se van proyectando las fichas con fotografías y datos de los obreros, unos datos que González cruzó convenientemente para respetar la privacidad de los trabajadores. La obra está realizada con fotografías digitales, vídeoinstalaciones a tres pantallas, CD-ROM y un net art interactivo.

González confiesa estar muy contenta con la exposición. Sigue trabajando y enriqueciendo sus archivos de arqueologías callejeras con todo lo que encuentra. No tiene ninguna prevención con la Inteligencia Artificial: “Yo la utilizo como cualquier otra herramienta, aunque es mejorable. Depende de las palabras que uses, el resultado puede variar de manera sorprendente”. Y lo que no abandona es su empeño en difundir el trabajo de las mujeres relacionadas con el mundo del arte a través de Wikipedia. “Llevo más de 300 entradas y quedan muchísimas cuyo trabajo tiene que ser conocido”.

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