Richard Linklater se enreda en el fetichismo con su retrato de la ‘nouvelle vague’
El cineasta estadounidense recrea la gestación de la emblemática ‘Al final de la escapada’ con una película rodada en blanco y negro y en francés


La película del estadounidense Richard Linklater sobre el rodaje de Al final de la escapada, la legendaria ópera prima de Jean-Luc Godard, era uno de los acontecimientos más esperados de esta 78ª edición del festival de Cannes. Linklater es uno de esos cineastas que siempre tiene algo que decir, incluso en sus películas menos logradas, y la expectación era máxima con su Nouvelle Vague, en la que el director de Boyhood se atreve con un tótem de la cinefilia y con una película emblemática para varias generaciones. El resultado es bonito, un cuidado homenaje a un grupo de cineastas que se atrevió a cambiar las reglas, pero su nostalgia resulta inane.
Linklater revive el espíritu colectivo de la nouvelle vague —aquella nueva ola de jovenes cineastas ses que a mediados del pasado siglo revolucionó el cine—, con un lenguaje que remite, y no solo por el blanco y negro, a la manera de trabajar de unos furiosos amantes de las películas. El eje narrativo es la filmación durante 20 días de 1959 de un título que inventó un nuevo camino. Nouvelle Vague, rodada en francés con un elenco en su mayoría también francés, funciona en ese sentido como un making of sobre el rodaje de Al final de la escapada en el que son invocados todos sus participantes con nombre propio. Es una película hecha con mimo, muy disfrutable, pero por desgracia se asemeja demasiado a un insecto fosilizado en ámbar. Deleita con sus personajes, citas e imágenes-postal pero lo que queda es un ejercicio de fetichismo, un banquete de memorabilia cinematográfica atrapada entre paredes de la más preciosa resina.
Es probable que Godard sea, junto a Pasolini, el cineasta europeo con más biopics y documentales alrededor de su figura. Entre los más recientes, Godard, mon amour (2017), de Michel Hazanavicius, con Louis Garrel en la piel del cineasta, a Godard por Godard, documental de Florence Platerets presentado hace dos años aquí alrededor del enorme archivo que existe del cineasta, que desde muy temprano parecía ser consciente de su lugar en la historia del cine. Linklater retrata a Godard (interpretado por el joven actor francés Guillaume Marbeck) con devoción y humor, a través de esas citas y frases lapidarias que tanto gustaban al autor de Banda aparte. Se trata de una estrategia de distanciamiento (con la ayuda de esas gafas de sol perennes de Godard, que además dan pie a algunos de los mejores planos de la película), que recuerda a la audaz apuesta de James Mangold en A Complete Unknown, el biopic sobre Bob Dylan centrado en el ruptura que supuso su actuación en el festival de Newport de 1965 con la escena de folk que lo había aupado. En la película de Mangold conocemos al esquivo y misterioso cantautor sobre todo por sus canciones, evitando diálogos condenados a la impostura.

Nouvelle Vague, trigésima tercera película de Linklater —que presentó en la pasada Berlinale Blue Moon, sobre el compositor de la canción del título, y que no participaba en Cannes desde 2006 con Fast Food Nation— trasciende la figura de Godard para hablar de toda una generación que cambió el curso de la historia. Su película recuerda el espíritu contestatario del movimiento y cómo la improvisación y la poesía callejera fueron medulares en aquella revolución.
El montaje elíptico y los saltos de plano de Al final de la escapada, el uso del blanco y negro o de la cámara en mano… Todo forma parte de este homenaje a una película que sobre todo fue un acto de rebeldía. Pero si Al final de la escapa es un canto al arte de la imperfección, a cómo se pueden romper todas las reglas, Nouvelle Vague es, por el contrario, una oda a la perfección. Y en esa paradoja abonada al fetichismo reside su principal problema.
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