Isabel Vázquez: a los 60 ella solo quiere bailar
La bailarina y coreógrafa sevillana regresa a los escenarios con ‘Zambra de la buena salvaje’, una reflexión sobre la edad de la mujer en la danza


Para poder hacer de la danza una dedicación de largo aliento, Isabel Vázquez (Sevilla, 60 años) ha tenido que transitar todos los caminos de la creación escénica. La corta vida como intérprete de una mujer que se formó como bailarina ha mantenido las constantes vitales, gozosas de salud en los escenarios, hay que reconocerlo, reencarnada conforme iban pasando los años en coreógrafa, directora de escena, pedagoga, docente, emprendedora de proyectos educativos y escénicos…. Pero ha cumplido los 60 y se ha topado con su deseo más primario: “Echaba muchísimo de menos bailar”.
Su último espectáculo como intérprete, que ya se llamó premonitoriamente Hora de cierre, cumple ahora 10 años, cuando Isabel Vázquez —una de las figuras vivas de la danza contemporánea española— había cumplido 50 y se sintió “expulsada del sistema”. “Porque ya no te llama nadie para bailar. Lo hice porque estaba muy enfadada con mi profesión, ¿sabes? Entonces cierras una etapa y piensas que las ganas de bailar no iban a volver y vuelven. O sea, no vuelven. No se han ido”.

De esta firme voluntad de “hacer ahora lo que me da la gana” nace Zambra de la buena salvaje, el regreso de Isabel Vázquez a los escenarios cuando ha cruzado otro Rubicón de prejuicios y autocancelaciones, de censuras ajenas y propias, a los 60: “He pasado muchos años coreografiando y dirigiendo a bailarines, observando mi movimiento en diferentes cuerpos y viendo cómo este se transformaba, se enriquecía. Viéndome a mí en otros, aprendiendo, progresando… Y, ahora, siento la necesidad de poner en práctica todo ese conocimiento adquirido y confrontarlo con mi propio cuerpo, con el cuerpo de ahora, para explorar sus límites. Conectar con esa bailarina de hace más de diez años, y dejar que se exprese desde la sencillez, desde el respeto hacia su cuerpo”, explica Isabel Vázquez en el receso de uno de los ensayos en Sevilla, antes de viajar a Madrid para el estreno absoluto del espectáculo este sábado 24 de mayo en la sala Cuarta Pared, en el marco del festival Madrid en Danza.
La habitación es blanca, el suelo brillante, pulido. Las ventanas y puertas están cerradas. Y en el interior, Isabel Vázquez se mueve lentamente, gira, cae, se levanta. Un vestido largo con mucho vuelo, de un material plástico, cruje al moverse. Suena Pavarotti: Una furtiva lágrima. Y ella se aprieta un corsé, va hacia la puerta y respira. Un poco de aire para esa habitación de atmósfera viciada. Se cierra la puerta y comienza a correr, suenan los Rolling. Pero la abre de nuevo. Se diría que quiere escapar…
Vázquez comparte con EL PAÍS algunos momentos previos al estreno, posa para el fotógrafo como parte de una coreografía más, inventa estampas, rebusca en el vestuario y ahí es imposible observar a una mujer con una edad determinada. “Lo interesante es que las mujeres podemos aportar mucho aún en la danza sin tener que hacer de personas mayores en escena. A mí me han llamado a veces para hacer de persona mayor. Pero no es necesario, podemos seguir estando sobre el escenario como una intérprete normal y corriente, no interpretando a una abuela”, explica a medio camino entre la risa y el enfado.

Y eso es Isabel Vázquez, mitad rabia, mitad humor, formal e irreverente, una artista que ha sabido conectar con el público abriéndose en canal, con espectáculos donde el texto comparte protagonismo con el movimiento y su cuerpo se pone al servicio de un carrusel de emociones. “En mis últimas creaciones, he indagado sobre diferentes temas cruciales para mí. Temas que me tocan mucho personalmente, pero que son universales y donde muchas personas, de una manera u otra, se han sentido reflejadas. Creo que esta universalidad ha propiciado que hayan sido espectáculos tan demandados por los teatros y el público. El significado del éxito y el fracaso en Archipiélago de los desastres, o la masculinidad tóxica en La Maldición de los Hombres Malboro (donde fue directora y coreógrafa). Zambra de la buena salvaje es para mí una nueva oportunidad de poner sobre la mesa la siguiente pregunta: de todo lo que soy, ¿qué es inherente a mí y qué ha sido impuesto? Y este también es un tema universal, porque todos nos hacemos esta pregunta en algún momento de nuestra vida. Quiero hablar de la auto cancelación, de la necesidad de encajar, de ser amable hasta morderse los labios, de la domesticación…”, se explaya.
Con una dramaturgia firmada por Ruth Rubio y la dirección escénica de Alberto Velasco, Isabel Vázquez ha diseñado un espectáculo que evoca su memoria como bailarina “sin virtuosismos”: “Quería centrarme en un espectáculo donde la convención estética no tenga prioridad sobre la danza. Ha llegado el momento de abrir y liberar y, desde la calma y la seguridad que me brindan los casi cuarenta años que llevo en este apasionante mundo del bailar, crear un espacio de libertad donde todo sea posible y una nueva obra desde la madurez y la experiencia”.

Durante el proceso de creación de Zambra, Isabel Vázquez ha perdido a sus padres, con un mes de diferencia, y todo ha sido “un revolcón de emociones, ahora hay cosas que no puedo decir en el escenario, me duelen, porque yo hablo mucho de mi educación en este espectáculo. Y de los preceptos que yo he asumido como propios y son adquiridos por mi educación. Entonces, claro, ha sido todo un revulsivo”, explica. La buena salvaje quiere salir a flote en su espectáculo más autobiográfico, que explota cuando coge prestadas las rimas de My Way en la voz de Nina Simone. “También me he atrevido con esto. Hacer lo que me da la gana es escoger una canción con la que jamás me hubiera atrevido, por manida, por gastada. Pero es la canción de mi vida, le he echado morro, estoy haciendo lo que quiero”, sonríe al fin.
Después de su paso por Madrid (25 y 25 de mayo en Madrid en Danza), Isabel Vázquez paseará sus seis décadas de experiencia sobre los escenarios en una amplia gira nacional con primeras paradas en Castellón, Palencia, Zaragoza, Alicante, Mérida y Murcia. A Sevilla, su ciudad talismán, llegará la temporada que viene al Teatro Central.
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