Nápoles, año I después de Maradona
El equipo partenopeo gana su cuarto ‘scudetto’, el segundo en tres años, los mismos y en el mismo tiempo que conquistó el astro argentino abriendo una grieta melancólica de 35 años


La calle San Gregorio Armeno, en los confines del barrio napolitano de Forcella, donde Maradona se perdía por las noches para darse un chapuzón en espuma de champán en el jacuzzi con forma de concha del clan Giuliano, caudillos de una ciudad que vivía entonces a ritmo de tiroteos y quiebros del argentino, es también el lugar donde todo el año viejos artesanos moldean y despachan las figuritas para el pesebre. Si uno pinta algo en Italia o en Nápoles, ha de tener la suya: Maradona, De Laurentiis, Totò, Giorgia Meloni, el Papa… Este año, sin embargo, Pedro se ha colado en los escaparates. El exjugador del Barça, a lomos de una segunda juventud de 37 años, le sirvió hace una semana el cuarto scudetto en bandeja al Napoli al empatar con dos goles el partido que la Lazio, su equipo, jugaba contra el Inter. El canario ha entrado de golpe en el santoral napolitano (con permiso de San Gennaro), pero en la calle San Gregorio tienen mucho trabajo estos días para cincelar nuevas figuritas.
Italia, cuna de lealtades de sangre y fuego, siempre fue más laxa con los asuntos de fidelidad en el fútbol. Una estrella de la Juve puede serlo al año siguiente del Inter o del Milan (Ibrahimovic). El entrenador capaz de marcar una época en el club de su vida, puede hacerlo también luego en el de enfrente. El mejor ejemplo es Antonio Conte, artífice de la gran Juventus —némesis cultural del Napoli—, el hombre que le devolvió luego la gloria al Inter (11 años sin ganar el scudetto) y que ha culminado su gran obra maestra este fin de semana en el Diego Armando Maradona de Nápoles.

Conte también tendrá su figurita porque es ya un personaje mitológico del fútbol. Ha ganado cinco de los seis últimos campeonatos que ha disputado con Juve, Inter y Napoli. Además de hacerlo con el Chelsea, claro. Y ahora va y en su primera temporada en el club partenopeo, después de que se marchasen Victor Osimhen, Khvicha Kvaratskhelia o Kim Min-jae, columna vertebral del sudado scudetto que ganaron hace dos años con Spalletti en el banquillo, aterriza en las faldas del Vesubio y monta otro equipo en torno a un tal Scott Francis McTominay, un escocés al que toda Nápoles llama ya McGyver (como aquel tipo que te hacía un tanque con un chicle y un alambre), y que llegó con el cartel de descarte del Manchester United.
El tercer personaje de esta gran película, sin embargo, es Aurelio De Laurentiis, un hombre que vive entre Roma y Nápoles y hasta hace no tanto no tenía ni idea de fútbol. Productor cinematográfico, sobrino del gran Dino De Laurentiis (King Kong, Conan el Bárbaro, Flash Gordon, Arroz amargo…), hombre menudo, pero de carácter volcánico. Una mañana de verano en 2004, desayunaba en una terraza de Capri, la isla donde toda su familia veraneó siempre. En el periódico encontró una suerte de edicto en el que se anunciaba el concurso de acreedores de la sociedad que istraba el club de fútbol Napoli. Él, más dado al baloncesto, pensó que podía ser una aventura divertida y un buen negocio. No quedaba nada, solo una afición y un logotipo. Y había una subasta para comprar un trozo de papel. Así que desembolsó 33 millones de euros y en tres años subió al equipo a la Serie A aplicando un sistema de gestión como el que había aprendido en el cine. Hoy su Nápoles ha ganado ya los mismos scudetti y en el mismo tiempo que el histórico equipo de Maradona, cuya sombra ha sido tan gloriosa como pesada y melancólica para seguir construyendo la historia.
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