Después de la 'cremà'
He leído varias cartas en este periódico refiriéndose a todas las incomodidades y molestias que ocasionan las fallas desde bastante antes del inicio de la semana fallera, y no digamos ya en el auge de la misma. Vivo al lado de donde cada año se planta l'Antiga de Campanar, y sé de lo que hablan: imposibilidad de aparcar, verbenas interminables, petardos que no cesan... Tengo 75 años y no puedo irme de la ciudad, así que me toca quedarme y, bien que mal, aguantar las fallas.
Sin embargo, lo peor, para mí, viene después del 19 de marzo: mi calle, Monestir de Poblet, tras haber sufrido el fuego de las paellas y el de la falla, está hecha un asco. El asfalto tiene hoyos por doquier, hay pegotes enormes de restos de la cremà incrustados en el suelo, y hasta algunos trozos de acera están rotos. Comprenderán que cuando salgo de casa, y dado que no puedo andar muy bien, el trayecto a la tienda más cercana se hace casi heroico para mí, esquivando hoyos y tratando de no trastabillar. Lo que al menos se debían plantear los falleros, ya que plantarán la carpa de todas formas, es que ellos son responsables del estado general de la zona, y que si incurren en graves desperfectos, como ocurre cada año, deberían pagar las reparaciones.
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