Mariano Fernández Enguita: “No nos podemos empeñar en hacer de la escuela un santuario que proteja a los alumnos”
La inteligencia artificial ha llegado a la vida de los niños y adolescentes al mismo tiempo que a la de los adultos, desatando preguntas sobre su buen uso y su utilidad en las escuelas. El debate ha abierto una brecha en el ámbito académico y también en el de los padres. Este sociólogo especializado en cuestiones de enseñanza se sitúa en el bando de los optimistas: para él la clave no es prohibir, sino enseñar a los niños a vivir con ChatGPT y los móviles


A Mariano Fernández Enguita (Zaragoza, 73 años), uno de los más reputados estudiosos españoles de las cosas de la enseñanza, no le preocupa mucho que los alumnos usen ChatGPT para hacer los trabajos de clase, pues hay muchas formas de enseñar y aprender, de evaluar y de tratar de comprobar si un alumno ha aprendido algo. A este catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense le preocupan otras cosas, muchas, del impacto que tendrá en la escuela la oleada de vertiginosos cambios tecnológicos cuya punta de lanza es hoy, efectivamente, la inteligencia artificial (IA) generativa y conversacional. Pero insiste también en todas las posibilidades de mejora que abre y, sobre todo, en que se trata de una ola que no se puede evitar, con lo cual, antes de que te pase por encima, parece más razonable tratar de aprender a subirse en ella para que te lleve a donde quieras.
¿Cómo de preocupado debería estar hoy un profesor de un colegio o un instituto por que sus alumnos hagan los trabajos en casa con IA?
En mi opinión, nada. Si soy ese profesor, y creo que los alumnos deben memorizar, por ejemplo, las derivadas, pues puedo hacer un examen a puerta cerrada, solo con bolígrafo y papel. Pero tengo que decidir antes que ese tipo de conocimiento es necesario así, de esa manera, en lugar de suponer con carácter general que no hay otra forma de conocimiento ni otra forma de evaluación.
Entonces, ¿lo primero de todo sería decidir cuáles son los saberes o las destrezas básicas que se deben dominar fuera del mundo digital?
Claro, pero eso es un problema viejo. Yo creo que el conocimiento y la información que la escuela maneja, evalúa y utiliza ha ido cambiando, lógicamente, con el tiempo. A veces, sin decirlo. Otras veces se resiste a cambiar. Cuando tienes 50.000 profesores de la asignatura tal o cual, es muy difícil moverlos de lo que ya hacen. Y saldrán a la calle, escribirán tribunas y sesudos libros sobre por qué es imprescindible esto o aquello, por qué es lo único que nos hace demócratas, ciudadanos inteligentes… Eso tiene que cambiar. Un ejemplo: yo soy muy partidario de que el alumnado, incluso ya en la enseñanza obligatoria, aprenda a leer estadística; no a hacerla, que es otra historia. Si lees que la profesión de astronauta tiene un gran futuro porque está aumentando al 300% cada año, hombre, tienes que saber que son muy pocos (un centenar en el mundo) y que, por muy rápido que aumenten, seguirán siéndolo. Y que los cuidadores (la mayoría cuidadoras) aumentan solo el 2% o el 3%, ese pequeño porcentaje representa millones. Lo que quiero decir es que tienes que aprender a leerlo, aunque no sepas operar con ello. Y me parece que, en el ámbito de la IA y muchos otros, sucede esto: no es que tengas que hacerte programador, pero sí aprender a vivir con ese tipo de información e interpretarla.
¿Este contexto de aceleración de la IA hace inaplazable ese debate pendiente sobre los conocimientos o las destrezas que ha de garantizar la educación básica?
Creo que hay que repensar en general toda la formación inicial. Y no hace falta mirar al alumno; mira al profesor. Hace 50 u 80 años, los maestros, los maestros eran gente muy lectora, muy autoseleccionada, pero, en principio, con lo que aprendieron en la formación inicial podían ejercer el resto de sus vidas, aunque lo fueran más o menos perfeccionando. Hoy no es así, ni lo uno ni lo otro, y no podemos itir que un profesor diga que no va con él porque llegó antes de la digitalización o de la transformación digital o de la IA o del Reglamento General de Protección de Datos. No se lo itiríamos a un médico o a un abogado, menos aún a una persona que no solamente está teniendo que utilizar y conducir al conocimiento que existe hoy, sino al que habrá que manejar mañana, es decir, que tiene como función también que los alumnos aprendan a aprender y quieran seguir haciéndolo en el futuro.
¿Hasta qué punto está afectando ya la IA a las aulas?
Mi opinión es que, ahora mismo, más bien poco. Lo que hay son promesas y mucha experimentación en varios ámbitos. La promesa clásica era la de que todo Alejandro [Magno] tendrá su Aristóteles [que fue su preceptor], esto es, todo alumno tendrá su tutor. De momento, la IA que utilizábamos hasta ChatGPT era más clásica, de árbol, lógica. Es decir: le metemos unos datos, le damos unas instrucciones y nos da unos resultados exactos, aunque limitados. Y eso nos permite pasar a lo que se llamaba tutorización inteligente. Ahora se puede hacer con mayor capacidad, mejores datos, más destrezas, introduciendo muchas más cosas aparte del examen, cómo, cuánto y cuándo entra el alumno en el aula virtual, si está dejando de hacerlo, si se para a leer o no, si entregaba los trabajos a tiempo y ya no lo hace, si le gustan mucho los vídeos y poco los textos o al revés… Incluso, si entras en una videoconferencia, puede mirar qué cara pones, ver tus emociones… En definitiva, puede ir cogiendo un montón de información que puede ser muy útil para el profesor, para ver cómo van sus estudiantes, si siguen todos bien, o están descolgándose o están desinteresados…
Pero esa omnipresencia ya es problemática.
Claro, para empezar, porque un alumno debería poder decir: yo no quiero que controlen cuánto leo y a qué horas. O no quiero que miren mis emociones y vean si estoy cabreado o estoy pensando en las musarañas. Además, puede haber sesgos culturales. Por ejemplo, los japoneses, cuando ponen mucha atención, cierran los ojos en una conferencia, así que una máquina entrenada por occidentales podría interpretar falta de atención… Pueden ser anécdotas más o menos bizarras, pero también, dependiendo de para qué y cómo se use, puede tener efectos caóticos o dañinos. Por eso hay que encontrar la manera adecuada de utilizarla. Esto es: hay que entender muy bien la información que se nos da, y con qué facilidad se puede meter la pata, y esto hace necesario experimentar. Porque, además, hay que servir esa información de un modo que se pueda utilizar: no se trata de inundar al profesor de datos, añadir a lo que ya tiene en otras 20 o 40 pantallas, una por alumno, de estadísticas más o menos convertidas en representaciones gráficas. Sin una visualización adecuada, esa avalancha solo puede servir para producir ansiedad informativa. Hay que encontrar la manera de que funcione como el del automóvil, con el que todos vemos más o menos como va, aunque a lo mejor no sabemos todo ni por qué.
¿Y qué se puede hacer con toda esa información?
Ahora tenemos capacidad de utilizar grandes datos —no grandes cantidades de datos, que eso ya la teníamos en estadística— no estructurados, es decir, que no nacieron para eso, pero que podemos utilizar, ¿qué sé yo?, para saber cómo se engancha la gente, cómo se mueve por el instituto o por el campus, qué hace durante el tiempo que pasa allí… Por otro lado, podemos tener la trazabilidad del estudiante por su rastro de datos y sacar muchas orientaciones de ahí. Podemos anticipar, por ejemplo, qué alumnos están en riesgo; uno de los grandes problemas del sistema educativo español preuniversitario es precisamente el abandono escolar. Y lo mismo, con el absentismo. Es interesante mirar esas cosas, siempre y cuando sea con las salvaguardas necesarias para evitar un mal uso.
Hablando de mal uso. Con la IA, de momento, estamos en manos de poderosas empresas privadas que controlan estas tecnologías y acumulan valiosos datos sin demasiada transparencia.
Eso está muy presente en la legislación europea, que no va a hacer milagros, pero es la mejor del mundo. La primera gran ley europea en materia digital es el Reglamento General de Protección de Datos. Los colegios están obligados a cumplirlo y, de hecho, todo centro educativo ha de tener un responsable de protección de datos para garantizar que se cumple. Además, con la Ley de Servicios Digitales, llegan más exigencias. Y muchas más con la Ley de Inteligencia Artificial, porque está estructurada, sobre todo, en torno al riesgo y va a obligar también a tener un responsable de IA por centro, por grupo de centros o por zona, aún no está claro, pero tiene que estar ahí. Es muy importante que las istraciones y los centros entiendan que hay tareas que no puede asumir todo profesor y que, por lo tanto, va a tener que haber gente especializada en ellas. No sé si van a ser profesores que se especializan en datos, información, IA… O gente de este mundo que se especialice en educación, pero va a tener que haber alguien. Y, a día de hoy, yo te diría que serían necesarios, al menos, esas dos especializaciones: protección de datos e IA. Y añadiría una tercera: saber gestionar y hacer útil la enorme cantidad de datos que produce un centro. La Ley de Gobernanza de Datos viene a decir que todas las istraciones harán públicos sus datos, menos en la educación. Pero yo creo que, en ciertas condiciones, deben y pueden utilizarse. Hay que encontrar un equilibrio, porque con una legislación demasiado protectora de la información, se perderá demasiado conocimiento. Y a los profesores en general hay que ayudarles, no le puedes pedir que se conviertan en expertos legales, porque no tienen tiempo ni base.

Muchos problemas que menciona vienen de lejos, al menos desde el desarrollo de la tecnología informática, de la web, ¿cree que la irrupción de la IA generativa hace todavía más imperioso afrontar esos viejos problemas no resueltos?
No solo la IA. Han pasado muchas cosas a la vez: los problemas con las redes sociales y su uso desaforado, con adolescentes que se ven afectados por su peso, por cómo tienen la piel, si quieren jugar a esto o aquello, si los insultan o los acosan, etcétera. Y los fakes, y la manipulación política con Cambridge Analytica… De repente, hemos visto que la red no es lo que había prometido: un mundo libre, donde no había peligro y podías experimentar todo. Y al mismo tiempo ha llegado ChatGPT y, con él, la alarma. Porque te puede contestar cosas que no debe o darte información falsa que te puede hacer o meter en un lío. Y aquí, particularmente, fue Almendralejo, yo creo, lo que desató los mayores temores [un grupo de menores distribuyó falsos desnudos de compañeras hechas con IA]. Pero, al final, los riesgos existen, y no son necesariamente los que pensamos ahora. La tutorización ya tenía unos riesgos, la IA tiene otros. La IA generativa, que es la que nos habla y nos hace imágenes hiperrealistas, otros más. Bueno, pues habrá que combatir eso de la manera que sea, pero no podemos tirar el niño con el agua sucia del baño y la IA con los dos. Eso está ahí y para mí lo que trae sobre todo es conversación. Y esa conversación es magnífica, es muy buena.
¿Esa conversación que se convierte en un magnífico tutor?
La tutorización no es solo acompañar, es ver hasta dónde llegas y, en función de esto, te dice si puedes seguir o no, ve por aquí o va por allá. Pero a mí me interesa sobre todo la conversación, que es lo que te permite preguntar lo que el profesor ha dicho que hay que aprender o entender, y preguntarlo de 40 maneras distintas, cuando tú quieras, cuanto quieras, de la manera que quieras. Le puedes decir: explícamelo como si tuviera 10 años, como si estuviera en segundo o como se lo explicarías a alguien que no sabe nada de nada. Un alumno que cree que va a hacer preguntas brillantes no tiene ningún problema. Pero todos los demás pueden pedir una vez al profesor que explique más esto o aquello, o decir no entiendo eso, pero no cuatro veces y no cuando parece que todos los demás lo han entendido. La pregunta es: ¿responde bien?
¿Y qué opina?
Yo diría que, a velocidad de crucero, la IA es tan buena como un profesor a velocidad de crucero. O mejor. No es tan intuitiva, no resolverá ciertas cosas que un profesor sí, pero para eso sigue estando ahí. Al profesor nadie lo va a quitar. En este caso, lo que tiene que hacer es enseñar al alumno a preguntar bien a la IA. Hay que tener una cierta ayuda para aprender a ser muy explícito en las preguntas, pero puedes disponer de ella ad infinitum. No quiero decir que todo niño a los seis años deba conversar a diario con ChatGPT, pero puede tener una conversación ya o pronto. Creo que tiene enormes posibilidades y lo que tenemos que hacer es explorarlas y utilizarlas. Está ahí, es barato y lo va a ser cada vez más... Si, con la que está cayendo, no nos fiamos de Open AI, y menos de Grok…, pues habrá que empezar a examinar las aplicaciones chinas, que también son más baratas; o, mejor aún, ajustar o crear las propias.
Uno de los peores miedos es que confiar demasiado en este tipo de herramientas, por su facilidad y su comodidad, llegando a dejar que lo haga todo por ti, acabe con esa creatividad, y con la imaginación y con la memoria…
Es lo que ya decía Sócrates: con los libros se perderá memoria. Vale. Si escribes la lista de la compra, también estás desentrenando la memoria, ¿no? Yo creo que no hay que confiar demasiado en nada, ni en la IA, ni en el profesor ni en el libro de texto. Imagina a un profesor que tiene que dirigirse a 20, 40 o 100 alumnos. Si tiene un poquito de tiempo, que no será mucho, atenderá a alguno individualmente, a un grupo más pequeño, pero no puede hacer milagros… Tras una explicación general, los enviará al libro de texto —que es simplificador por naturaleza, porque no puede ser de otro modo—, quizá añada una o dos lecturas… Pero ahora podemos dar una conversación, del nivel que queramos, con tanto conocimiento como queramos. Hay que aprender a manejar eso y hay que usarlo.
Pero justo ahora hay un fuerte movimiento que quiere sacar y alejar las tecnologías de la escuela.
Creo que ese movimiento es muy desafortunado. Estamos ante unos cambios tecnológicos que no se van a tomar miles de años para desarrollarse como ocurrió con el lenguaje, o los que hicieron falta para que se generalizase la escritura. O los siglos para que la imprenta, el libro, el periódico llegasen aquí y allá. O decenios para la televisión, la radio… No. Está llegando a todas partes antes que a la escuela. Pero es que, además, los alumnos ya están en ello, sus familiares ya están en ello y, cuando salgan del aula, se darán de bruces con ello. Hablamos de ecosistemas tecnológicos que, como experiencia, les llegarán mucho antes de que los eduquemos en ellos o siquiera de que hayamos aprendido, todos, qué es lo que realmente estaba pasando con ellos. Se trata de una oleada tecnológica que penetra más rápida y profundamente, y que no es tan visible y, por consiguiente, es mucho más necesario que nunca prepararse. Y ahora, con la IA, pues más. Y con lo que venga detrás, todavía más. Otra cosa es cómo lo hacemos.
¿Y cómo puede hacerse?
Es verdad que la tecnología a usar no son los móviles. Tiene que ser con un dispositivo más capaz y más pensado para eso. Y un colegio puede tranquilamente capar las redes sociales en su red. Pero el móvil entró porque no había dispositivos suficientes: ninguna escuela que tenga una tableta o un portátil por alumno usa el móvil. El móvil entró porque todo el mundo tenía uno, podía llevarlo y además sabía manejarlo.
¿Y el móvil debe tener un papel en la escuela?
Los colegios lo que tienen que hacer, en mi opinión, es poner una caja de Faraday o un casillero o lo que sea donde los alumnos dejen el móvil y, cuando se quiere utilizar, los saquen con el control y la dirección del profesor. Y hay que tener normas muy estrictas sobre para qué se puede usar y para qué no. Por ejemplo, no se puede fotografiar, no se puede grabar sin permiso… Es más, creo que las escuelas deben educar en cómo y cuándo no utilizar el móvil, igual que en cómo convivir o conversar. Y la educación debe empezar en la etapa obligatoria.
Muchas familias quieren que al menos la escuela sea un espacio libre de móvil.
Yo no lo aconsejo. A mí no me ha tocado, como padre, tener un adolescente con este desarrollo que hay del móvil.. Sí me tocó el problema de los videojuegos o del uso excesivo del ordenador. Y, por supuesto, tuve que discutir, convencer, a veces tener broncas por las restricciones. Vivimos en un mundo en el que toda la información buena está disponible, y la mala también, por esto hay que saber discernir. Puedes buscarte un reducto protector, pero en general tienes que enseñar a vivir en eso. Esa es la tarea de la institución escolar. No nos podemos empeñar en hacer de la escuela un santuario que proteja a los alumnos: aquí no entra la tecnología, como no entran el sexo, la droga ni el rock and roll. Porque entonces, habrá quien aprenda perfectamente a manejarlo por las tardes, en casa o fuera, igual que antes iban a inglés o a danza o a informática. Y los que no, pues no aprenderán, pero lo manejarán también. No es que la tecnología se coma a los alumnos, es que hay alumnos, niños, jóvenes que se van a preparar y otros que no. Hablamos constantemente de la brecha digital económica, o de género, pero nuestro mayor problema es la brecha que separa la escuela que debe preparar para el mundo del mundo mismo; ; la que aísla artificialmente al alumno escolarizado del niño, el mismo niño, cuando sale de la escuela; la que separa a las escuelas que abordan eso y lo abordan bien, de las que lo ignoran o lo evitan.
Entonces, ¿una de las grandes preocupaciones en torno a este asunto debería ser el aumento exponencial de la desigualdad?
Claro. Ahora la desigualdad tiene que ver sobre todo con qué tenías o no al nacer, qué heredas o no heredas, lo cual tiene que ver con la distribución de la riqueza pasada. Y eso no desaparece, ni mucho menos. El problema es que el cambio que llega va produciendo más desigualdad, o quizá otra desigualdad, o traduce la desigualdad que había en otro tipo de desigualdad y la refuerza. Ante la vieja desigualdad, la escuela es parte del paisaje; ante la nueva, o es parte de la solución o es parte del problema.
La dificultad añadida de todo esto es que cualquier solución que se nos ocurra ahora puede tener consecuencias imprevistas a las que habrá que estar atentos, mucho más con la velocidad a la que están produciendo estos cambios.
Me parece imprescindible. Si las cosas salieran como queremos, como quien gobierna quiere, o como la sociedad quiere, no habría grandes problemas. Pero ocurre que cuando solucionas un problema muchas veces aparece otro en su lugar, se producen efectos imprevistos, perversos en sentido fuerte, es decir, que te rebotan y te producen mayores problemas que los que tratabas de solucionar. En el mundo de las organizaciones, se suele decir que los problemas de hoy son las soluciones de ayer. Y, en gran medida, es verdad. No debe interpretarse de un modo paralizante, pero es así. Y, efectivamente, en un momento de cambio rápido y cada vez más rápido, y que además escala de una manera casi imprevisible, es todavía más importante trabajar sobre esa idea. El ferrocarril trajo problemas, pero antes había que poner las vías para que llegaran hasta una ciudad u otra. Con una aplicación que de repente se viraliza, como las redes sociales o como ChatGPT, lo bueno y lo malo estallan de repente. Me parece muy importante estar dispuesto a revisar constantemente lo que está pasando. En el ámbito educativo es esencial. Debemos, primero, imaginar, evaluar, incluso simplemente especular sobre cuáles pueden ser sus impactos. Segundo, debemos hablar con otros sobre ello: los alumnos, los profesores, las empresas, toda la gente que está implicada de un modo u otro… Y luego, por supuesto, hay que hacer evaluaciones más sistemáticas de qué es lo que realmente ha sucedido. Y cuando veamos los impactos, los buenos, los malos y los que no son ni una cosa ni la otra, tendremos que actuar de acuerdo con los derechos que reconocemos y los valores que asumimos como sociedad.
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