Los milagros de San Pancracio y la patronal catalana
Foment del Treball, que contribuyó a aupar a Pujol a la presidencia de la Generalitat en 1980, pide ahora el fin del “tripartito encubierto” y que el PSC pacte con Junts


La leyenda convergente atribuye a San Pancracio la victoria de Jordi Pujol en las primeras elecciones catalanas de 1980. El santo en cuestión venía a ser el patrón de esa Cataluña silenciosa, madrugadora y trabajadora que no quería huelgas, extremos ni ruidos: Sant Pancraç, salut i feina al nostre braç. Pujol aseguraba unos meses antes de aquellos comicios: “Procedo de familias que en sus casas tenían una imagen de Sant Pancraç colgada en la pared”. En un artículo posterior y para aclarar remachó el clavo: “Mi origen es el de la pequeña burguesía catalana, incluso muy pequeña, que rendía culto al trabajo, ahorradora y sentimental. Mi origen no es la alta burguesía”. El paso de los años se encargaría de mostrar que esa burguesía “muy pequeña” –más allá de la virtud del ahorro– contaba con depósitos bancarios en Andorra, lo que tal vez no sería del gusto de Pancracio. Las leyendas, en general, tienen las patas muy cortas y el santo de marras solo vivió 14 años: fue decapitado por orden de Diocleciano por el mero hecho –aseguran– de ser cristiano. Los milagros llegaron luego, como casi siempre.
La realidad es que ese trampantojo de Cataluña bucólica, de obreros y empresarios hermanados, espíritu sumiso de colonia industrial, evocada por el obispo Torras i Bages, y que se acercaba a la aequalitas soñada por el gascón Vicente de Paúl, logró encarnarse en Jordi Pujol también gracias a generosidad de la patronal Foment del Treball, que pagó facturas para evitar que “el marxismo” triunfara. La izquierda, por su parte, no creía ni quería en 1980 una victoria basada en su suma, temerosa de que evocara ni lejanamente al Frente Popular. Esa conjunción hizo que Pujol se alzara con la victoria. Los votos de la Esquerra Republicana de Heribert Barrera, la suarista Unión del Centro Democrático y CiU se encargaron del resto.
La casualidad ha querido ahora que Carles Puigdemont escogiera el pasado 12 de mayo, día de San Pancracio, para subir un peldaño más en su reconquista de Cataluña y, de paso, para denunciar ante la opinión pública que hay una conspiración, “una convergencia de intereses para joder a Junts de la manera que sea”, una expresión que ni en latín aprobaría el santo romano.
A pesar del vocabulario y una vez finiquitado el procés, los caminos de San Pancracio, Foment del Treball y la nueva Convergència parecen condenados a encontrarse. El presidente de la patronal, Josep Sánchez Llibre, ha propuesto en una reciente entrevista a TV3 una Cataluña que rechace esa suerte de colectivismo que limita el crecimiento económico y conduce a la “miseria”, apoyado por el “tripartito encubierto”, hijo de la entente de PSC, Esquerra y Comuns. Y la solución es que Junts y PSC se entiendan, lo que no deja de ser complejo, pues para los de Puigdemont el pacto solo tiene sentido si están en el poder en Cataluña. Más que socios quieren subordinados, de acuerdo con la tradición convergente.
Foment ve con buenos ojos las iniciativas de los de Puigdemont contra la reducción de la jornada laboral en Madrid o contra el decreto de medidas urgentes en materia de vivienda, aprobadas por toda la izquierda –incluida la CUP– en el Parlament. La patronal también está satisfecha con los nombramientos de personas de Junts o próximas a la formación a las que los socialistas han dado cargos en empresas y órganos reguladores: Eduard Gràcia (Renfe). Ramon Tremosa (Aena), Elena Massot (Enagás), Pere Soler (CNMC) o Miquel Calçada (RTVE). Pero no es suficiente.
Habrá que esperar a la próxima campaña electoral, y que Foment vuelva a entender generosamente la virtud de la caridad. Tal vez así logrará que los hijos devotos de Sant Pancraç, creyentes en esa Cataluña hermanada, se impongan en las urnas y recuperen su ancestral patrimonio.
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