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Las valiosas lecciones que los niños pueden aprender de las plantas: de la importancia del agua a la fugacidad de la vida

Observar con una lupa los pelos absorbentes por los que se alimentan, apreciar el diferente crecimiento de sus hojas dependiendo de la luz, cultivar litops o hacer su propio herbario pueden convertirse en la coartada perfecta para generar una nueva inquietud en los más pequeños

Trasplantar con delicadeza es una tarea perfecta para hacer con niños.
Eduardo Barba

La botánica y la jardinería son un recurso muy útil para todas aquellas personas que se encargan con esmero del cuidado de niños. Cuando se quiere a alguien, un anhelo para esa personita en pleno proceso de crecimiento es que aprenda de toda la maravilla y belleza del mundo. Las plantas, tan buenas maestras, pueden convertirse en la coartada perfecta para generar una nueva inquietud en esa niña de ojos marrones muy abiertos, que se sorprende tanto con el salto de un grillo como con la lluvia que escurre por las hojas de un arbusto.

Un buen comienzo podría ser cuidar juntos las plantas que se tengan en casa, aunque sean solamente un par. “Mira, así le echo el agua, con mucho cuidado, para no abrir un agujero en la tierra. Y muevo la regadera alrededor del sustrato, para que el agua moje bien todas las raíces que se encuentran debajo, enterradas”. En este par de frases, el niño recibe una información valiosa con múltiples matices: el cariño para mantener a otro ser vivo feliz, la importancia del agua o la parte invisible a nuestros ojos que son las raíces de las plantas. Cuando se retire una hoja amarilla de una de las plantas de interior, habrá que explicar que no hay nada eterno, y que también las hojas se renuevan, en un proceso natural sencillo y mágico.

Entonces, trasplantar alguna de esas plantas caseras es una clase magistral para esa persona que lo quiere aprender todo del mundo. Es el momento de enseñar la anatomía de las raíces, del color que tienen. Con una lupa se observarán los pelos absorbentes por los que la planta chupa el agua y los nutrientes de su entorno… Y, algo importante, será hacer una foto del proceso final, para comparar el crecimiento de la planta con lo que vendrá en los próximos meses. “Tú ya no te acuerdas, pero esta planta era muy pequeña, tal que así”, para mostrar a continuación la foto de cuando se realizó la tarea y apreciar el cambio.

Hacer un herbario con los niños hará que se fijen en las formas de las plantas.

Otro aspecto indispensable es que la niña comprenda que las plantas crecen de la mano de la luz. Para ello, se puede hacer un juego de lo más cautivador. Se situarán dos plantas idénticas, de pequeño tamaño, en dos lugares con diferentes iluminaciones. Una, justo al pie de la ventana, la otra, alejada tres o cuatro metros de la misma ventana. Lo que ocurrirá a continuación, en las siguientes semanas, llevará a apreciar el diferente crecimiento de una y otra planta. Evidentemente, la que esté al pie de la ventana contará con más luz y más energía para producir nuevos tejidos, mientras que la que está situada en el interior mostrará un crecimiento más pobre y ralentizado. De nuevo, es muy interesante realizar una foto a cada planta los domingos, por ejemplo, para que se perciban bien los cambios. Para este experimento lumínico son ideales plantas muy sencillas de cultivar, como la cinta (Chlorophytum comosum), la drácena de Madagascar (Dracaena reflexa var. angustifolia) o alguna de las especies de tradescantias (Tradescantia spp.).

Cuidar juntos las plantas de interior dará al niño la posibilidad de aprender muchas pequeñas cosas.

A un niño siempre le fascinarán las cosas extrañas, igual que a muchos adultos. Regalarle uno o varios litops (Lithops spp.) para cultivar en el exterior de la casa es un impacto botánico curioso, porque nadie esperaría que de una planta que parece una piedra partida surjan flores. Los patrones de color de sus dos únicas hojas son muy atractivos, y si se completa con éxito el proceso de cultivo, los litops emitirán nuevas hojas —que emergen entre medias de las viejas—, lo que se podría equiparar a Fawkes, la mascota de Dumbledore en Harry Potter, que resurgía de sus cenizas con un cuerpo nuevo.

En estos días de lluvias los descampados están rozagantes y hermosos. Esto lo hace ideal para adentrarse con niños en alguno para hacer un herbario del solar. Muchas de sus plantas son perfectas para herborizar. Con cuidado, se llevará un periódico o una revista en la que ir introduciendo entre sus páginas algunas flores y hojas de esta flora urbana: las flores de las malvas (Malva sylvestris) y sus hojas, las flores amarillas de los jaramagos (Diplotaxis spp.) y otras crucíferas… maravillosas para prensar en casa, bajo algunos libros pesados, y realizar un herbario casero. Este proceso servirá para que los chiquillos presten atención a las formas de esta botánica de cercanía.

Los descampados urbanos ofrecen la posibilidad de sorprender a los niños con la botánica más cercana.

Y ya que se habla de descampados, ¿por qué no hacer todos los días, de camino al colegio, una foto a la misma planta urbana? Al cabo de un mes el chaval verá el cambio tan rápido de la planta en cuestión, desde la emisión de nuevas hojas hasta la aparición de los frutos y semillas. Las plantas no volverán a ser seres invisibles para él, y la ciudad habrá ganado una capa más de color para esa pequeña persona.

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Sobre la firma

Eduardo Barba
Es jardinero, paisajista, profesor de Jardinería e investigador botánico en obras de arte. Ha escrito varios libros, así como artículos en catálogos para instituciones como el Museo del Prado. También habla de jardinería en su sección 'Meterse en un jardín' de la Cadena SER.
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