Por qué es más fácil dar consejos que aplicárselos: “No tenemos la misma carga emocional si el problema es nuestro o ajeno”
Orientar a los demás suele resultar fácil porque no intervienen emociones como la duda, la incertidumbre o el miedo ante las consecuencias. La cosa cambia cuando no se es testigo pasivo y la responsabilidad de las acciones recae completamente sobre uno mismo


Aconsejar a otros parece sencillo cuando se analizan sus problemas a través del cristal limpio de la distancia. Desde ahí, las soluciones pueden ser más claras y los sentimientos no afectan de igual manera. Pero el cuento cambia cuando ese vidrio se convierte en espejo. Entonces ya no vemos al otro, sino a nosotros mismos, intentando aplicarnos las mismas palabras que ofrecimos con tanta facilidad. Y es ahí, frente a nuestro reflejo, donde lo que parecía práctico se vuelve un mar de dudas.
Cuando un problema pertenece a la vida de uno mismo emergen emociones como el miedo o la ansiedad, que parecen disiparse cuando los dilemas son externos. “Ver las cosas desde el otro lado, desde quien aconseja, es más fácil porque no intervienen sentimientos, emociones ni sensaciones que te hacen estar influenciado a la hora de hacer algo ante una situación”, comenta Carmen, una madrileña de 25 años que procura siempre dar buenos consejos, pero en ocasiones se le complica cuando los tiene que aplicar ella misma. Es una opinión base que también se comparte desde la psicología: “Cuando estamos más involucrados en una situación personal, nuestras emociones interfieren más, haciéndonos ver las cosas desde una perspectiva que quizá está más distorsionada o más sesgada. Sin embargo, cuando es en la vida de otro, no tenemos esas emociones tan intensas y, al final, podemos tomar decisiones un poco más racionales y objetivas, y de ahí poder ayudar a la otra persona”, explica Sheila Establiet, psicóloga en el centro de adicciones Reinservida.
El miedo, la angustia o la incertidumbre son algunas de esas emociones negativas que surgen al tratar de resolver un problema para uno mismo. “Creo que la incertidumbre es lo que más me bloquea a la hora de aplicar mis propios consejos, sobre todo ante la posibilidad de que algo salga mal o no tenga el resultado esperado”, razona Carmen. Esta clase de pensamientos se llevan teorizando desde hace milenios. “En general, los seres humanos siempre tendemos a protegernos. Nosotros tenemos que organizar un tipo de vida, crearla no nos viene dado por la herencia biológica, y esto genera una inseguridad. Una hormiga no tiene inseguridad, porque ya sabe desde el principio lo que debe hacer, está en su código genético. Nuestra vida la tenemos que decidir, en parte, y esto genera una inseguridad”, analiza Joan-Carles Mèlich, filósofo y profesor en la Universidad Autónoma de Barcelona.

Los posibles mundos que se abren a la hora de ejecutar una acción son mucho más potentes cuando pertenecen a uno mismo que cuando son ajenos. La imposibilidad de controlar todas las consecuencias es algo que a Carmen le genera mucho agobio: “Sé que no es algo bueno, porque no debería ser así, pero me angustia no poder conducir la situación si algo sale mal. Si son cosas que no dependen de mí, me genera mucho estrés el no poder mejorar la situación ni los sucesos”.
Para el filósofo francés Jean-Paul Sartre, uno de los exponentes del existencialismo, el ser humano es, a diferencia de otros seres vivos, un ser completamente libre. Eso significa que está condenado a elegir. “A partir del momento en que elige es completamente responsable de su elección. Tiene que responder de ella. Tú eres libre para elegir, pero no lo eres para no elegir. Una vez actuado, ya eres completamente responsable de lo que venga a partir de ahora. Y nunca sabes lo que va a venir. Claro, esto genera angustia”, desarrolla Mèlich. Para los existencialistas, excusarse de una elección libre equivale a caer en la “mala fe”. “Tú debes responder hasta el final. Debes ser responsable. Esto quiere decir dar respuesta a tu elección. Además, ahora vivimos en un mundo donde constantemente estamos cambiando, debido a un imperio de la prisa. Una decisión que uno toma dura poco tiempo. Está obligado a continuar constantemente eligiendo”, razona el filósofo.
Las consecuencias de una decisión pueden ser de magnitudes enormes. Para tratar de abarcarlas todas, muchas veces la mente cae en su propia trampa de buscar una solución a todos los problemas a los que se pueda tener que enfrentar. Hay dos factores psicológicos que pueden explicar este constante bucle de pensamientos. “La rumiación es darle vueltas una y otra vez al mismo problema, y el sesgo de negatividad es enfocarnos solamente en lo malo. Si estamos constantemente rumiando, nos estamos cavando nuestra propia tumba. Estamos atrapados en ese pensamiento”, define Establiet. “Cuando analizamos la vida de los demás, como no es un problema nuestro, no vamos a rumiar sobre el problema y en vez de la negatividad siempre hablamos desde la positividad. No tenemos la misma carga emocional si el problema es nuestro o ajeno”, añade la psicóloga.

Entonces, ¿cómo afrontar estas consecuencias? Algunos apuestan por llevar a cabo ciertas acciones de una manera prudente. Es decir, actuar sin ilusiones ingenuas ni miedos paralizantes. “Tener el control de todo no es posible en esta vida. Existe lo que llamo la indisponibilidad. No todo se puede decidir, como la nacionalidad, la familia… la vida humana es indisponible desde el principio. Pero hay un término griego que se conoce como la frónesis, que es la base de la ética para Aristóteles. El hombre prudente, es decir, aquel que no peca ni por exceso ni defecto, es el hombre que tiene una buena vida”, arguye el filósofo. Por el contrario, están quienes actúan sin medir riesgos ni límites, lo que se conoce como hibris, que es la desmesura.
Carmen pertenece a las personas del primer grupo: “Considero que la mayoría de veces aconsejo de manera prudente. Sobre todo analizando lo que influye, todas las situaciones o aspectos, las consecuencias… Creo que es mejor plantearnos toda la situación antes de llevarnos un palo y no haberlo planteado antes”. Para tomar decisiones con más confianza se puede usar “la técnica de apuntar los pros y contras, para escribir los beneficios y desventajas de las consecuencias de una acción y escoger la opción que más pros tenga; o el mindfulness, que aconsejo hacerlo por la mañana para reducir la ansiedad y ayudar a cometer menos errores a la hora de decidir por la presión que podemos sentir”, comenta Establiet.

¿Podemos tener parte de responsabilidad en dar un consejo que luego ha resultado fallido? “Después de aconsejar a alguien y ver que no funcionaba, empatizo con la persona y me da frustración. Ni yo misma puedo controlar mis situaciones, pues mucho menos las de otra persona. Trato de ayudarle a buscar otra solución o de ver cómo arreglar el problema”, explica Carmen. Muchos de los consejos que se dan son con base en una propia experiencia. Una vivencia que puede ayudar a la otra persona a sentirse más segura de que la situación puede ir mejor si alguien que ya la ha pasado le aconseja. “Aunque he dado consejos teniendo en cuenta mi experiencia, es verdad que cada situación es única. Por un buen consejo que des y a ti te haya funcionado, no es lo mismo para todo el mundo. Hay tantos problemas como personas y circunstancias, y es complicado extrapolar lo que pasa una vez a lo que pasa en otra”, agrega.
Hay una distinción entre dar ejemplo y dar testimonio, según Mèlich: “Es importante el ejemplo, pero cuidado con aquellos que se ponen como modelo a seguir. La vida de cada uno de nosotros ha de ser modesta y hay que huir de las posiciones arrogantes que pretenden decir: ‘Mira, este es el caso”. Otra cosa, dice el experto, es dar testimonio. “Es el que dice: ‘Puedo contarte mi vida, mi existencia y explicarte que escogí ese camino, con todo lo bueno y lo malo. Tú puedes ver si hay alguno parecido, pero el mío no lo podrás volver a cruzar”, describe.
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