El inquilino más lujoso de la Casa Batlló
La emblemática casa barcelonesa acoge hasta junio una tienda temporal de Cartier que traslada a su terreno algunas de las obsesiones estéticas de Gaudí, desde la pasión por la naturaleza hasta el rechazo de la frialdad del racionalismo

Quien visite hoy el número 43 del eig de Gràcia en Barcelona se encontrará con una Casa Batlló que ha sabido preservar su fondo modernista, pese a que los interiores del edificio hayan pasado en los últimos años por una reforma considerable. Para ir al sótano, donde actualmente figura un espacio de experiencias inmersivas, hay que bajar por una escalera flotante de 13 toneladas de mármol negro esculpido a mano que serpentea con un cortinaje de cadenas de aluminio a cargo del arquitecto japonés Kengo Kuma. Muchísimos espejos interactivos se reparten por las plantas superiores. Y en el vestíbulo, su escalera original de madera de roble conduce ahora a la tienda que
La idea de Batlló era derribar el edificio pero Gaudí, a quien le encargó levantar la casa de cero, propuso una remodelación estructural. Y eso hizo. El arquitecto redistribuyó los tabiques interiores, añadió un quinto piso, cambió la fachada por su trencadís estrella que todavía luce junto a los balcones hechos con piedra de Montjuïc y barandillas de hierro, y resolvió la falta de luz a la que acostumbraban los edificios del Eixample ampliando el patio de luces. La obra duró de 1904 a 1906, y fue toda una revolución arquitectónica.
Tanto que un siglo después, en 2005, la Casa Batlló pasó a ser Patrimonio Mundial por la Unesco. En 2021 se declaró mejor monumento del mundo del año. Y en 2022, Cartier se ha convertido en el primer inquilino que el complejo acoge desde hace décadas, tal y como explica el equipo directivo del edificio: “Con la firma hemos retomado la maravillosa tradición de contar con vecinos artistas y creativos”. El primero fue la compañía cinematográfica sa Pathé Frères, que en 1907 montó una tienda en los bajos de la casa aprovechando la llegada de la gran pantalla a Barcelona. “En los años cuarenta y cincuenta también pasaron por aquí los estudios de animación Chamartín, creadores de los populares dibujos Zipi y Zape, o la galería de arte Syra, la primera de la ciudad dirigida por una mujer”, explican.

La diferencia está en que la marca sa sí tiene un planteamiento análogo al que Gaudí imprimió en cada rincón de la casa. Su histórica colección lo demuestra: desde que el fundador de Cartier empezara a armarla en 1847, cuando el negocio familiar nació, a ella se le fueron sumando piezas alejadas de lo típico del XIX. O sea, joyas y relojes que mezclaban el diamante con ónix, rubíes y esmeraldas, con tonos llamativos y motivos sacados de la naturaleza, ya fueran plantas y árboles o animales exóticos, y cuyas formas anticiparon el art déco en París. De hecho, lo hicieron al mismo tiempo que el arquitecto catalán rechazó el racionalismo. En vez de líneas rectas, en Casa Batlló solo hay superficies onduladas, y casi todas parten de la fauna y flora del Mediterráneo con sus tonos vibrantes incorporados a lo largo y ancho del edificio.
En la tienda, esa semejanza también se subraya. Lo cuentan desde la firma parisiense: “Los decoradores de nuestra maison han establecido un diálogo a través de imágenes entre las creaciones botánicas y zoomórficas de Cartier y los códigos más emblemáticos de Gaudí”. De las paredes cuelgan cuadros en los que se compara, por ejemplo, un collar XXL con el trencadís de la fachada, o la bóveda de la terraza superior –sus tejas simulan las escamas de un dragón fantástico– con un camaleón en formato broche acompañado de incrustaciones de zafiro a lo largo de su lomo, idénticas a las perforaciones ovaladas de los balcones. La boutique en sí alberga muchísimos más paralelismos. Solo que algunos, al no ser tan evidentes, requieren una visita en primera persona para poder descubrirlos.

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