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Irlanda se prepara para el golpe arancelario de Trump a la industria farmacéutica

La producción en la isla de los laboratorios estadounidenses supone el grueso de las exportaciones dirigidas al otro lado del Atlántico

Una planta de producción farmacéutica en Cork (Irlanda)
Rafa de Miguel

El economista estadounidense y premio Nobel Paul Krugman bautizó el increíble ascenso y la volatilidad del PIB irlandés en la última década como “la economía duende”. Se refería a ese personaje de la mitología celta, el leprechaun, vestido de verde, con barba roja y sombrero alto, que según la leyenda entierra un caldero de oro al final del arcoíris. La guerra comercial desatada por Donald Trump persigue, entre otras muchas cosas, que gran parte de ese oro regrese al otro lado del Atlántico. Y los dirigentes irlandeses, conscientes de que su prosperidad depende de las relaciones con Estados Unidos mucho más que la de cualquier otro país de la UE, han comenzado a ponerse muy nerviosos.

La orden ejecutiva firmada por Trump en Washington el pasado 2 de abril, el llamado “Día de la Liberación” por el presidente republicano, eximió de la lluvia general de aranceles a la industria farmacéutica y a la de semiconductores. Pero fue un alivio temporal, porque Trump lleva mucho tiempo expresando su malestar por la huida a Irlanda, en busca de ventajas fiscales, de muchos grandes laboratorios estadounidenses, que siguen produciendo y vendiendo la inmensa mayoría de sus medicamentos a los norteamericanos.

“Tenemos un gigantesco déficit con Irlanda, porque Irlanda fue muy lista. Arrebataron nuestras compañías farmacéuticas de las manos de presidentes anteriores que no sabían lo que estaban haciendo”, dijo Trump a mediados de marzo en el Despacho Oval de la Casa Blanca, al lado del taoiseach (denominación oficial del primer ministro irlandés), Micheál Martin, que realizaba la tradicional visita a Estados Unidos y a su inmensa comunidad de origen irlandés durante las celebraciones de San Patricio. “Sois muy listos. Nos quitasteis nuestras farmacéuticas o otras empresas [las tecnológicas] a través de una política de impuestos inteligente (…) Teníamos entonces en Estados Unidos líderes muy estúpidos que no se enteraron de lo que estaba ocurriendo”, remató Trump.

La ventaja fiscal de Irlanda

¿Por qué resultó tan ventajoso el traslado de la producción a Irlanda? Básicamente, las compañías transfirieron la propiedad intelectual y la patente de sus medicamentos a sus filiales de la isla. Y a continuación, emitieron licencias de producción a los laboratorios estadounidenses. De ese modo, pagaban a Dublín unos impuestos muy bajos por sus operaciones. Hasta ahora, el impuesto de sociedades en Irlanda era del 12,5% (frente al 21% tanto en EE UU como de media en el resto de la UE). Mientras, en territorio estadounidense, las empresas tenían más gastos que ingresos, con lo cual evitaban el pago de gravámenes, y hasta se beneficiaban de créditos fiscales.

La industria farmacéutica se ha convertido en un importante motor de la economía irlandesa. La ciudad de Cork (la segunda más importante de Irlanda después de Dublín), y las pequeñas localidades de su condado, han visto multiplicar su población y su riqueza gracias al desembarco de decenas de laboratorios. Cerca de 50.000 personas trabajan en el sector, que crea además miles de empleos indirectos en todos los comercios y suministradores de la zona. A pesar de la generosidad fiscal, el dinero generado por los impuestos para las arcas públicas ha permitido al Gobierno de Dublín conseguir un superávit presupuestario que es la envidia de otros países de la UE.

De los 73.000 millones de euros que Irlanda exportó el año pasado a Estados Unidos, cerca de 58.000 millones eran productos farmacéuticos. La amenaza de nuevos aranceles, que podrían llegar al 25%, sigue muy presente, y es más una cuestión de cuándo tendrá lugar que de si realmente es una bala que se puede esquivar. Los grupos de presión estadounidense de los laboratorios, según ha informado la agencia Reuters, han logrado al parecer convencer a la istración Trump del riesgo sanitario que supondría una disrupción acelerada de su actual cadena de suministros, y Washington estaría estudiando la posibilidad de una imposición gradual de los aranceles.

Algunos gigantes con fuerte presencia en Irlanda, como Eli Lilly, que produce algunas de las inyecciones más populares en la actualidad para combatir la obesidad, han anunciado un elevado esfuerzo de reinversión en Estados Unidos, originado por la necesidad de autonomía productiva que reveló la pandemia, pero también para calmar la ira de Trump. La compañía tiene previsto destinar 50.000 millones de dólares (casi 46.000 millones de euros) a la construcción de nuevas plantas y a la mejora de las actuales.

Pero la mayoría de las empresas son reticentes ante la idea de un completo regreso, porque tendrían que rediseñar su cadena de suministro global a un elevado coste. Los compromisos laborales y contractuales en Irlanda son muy potentes.

“Y no podemos romperlos, así que nos tocará digerir los nuevos aranceles y realizar maniobras de compensación con nuestras propias compañías”, itía a la BBC el director ejecutivo de Eli Lilly, David Ricks. “Normalmente, eso supone una reducción de personal o un recorte en la investigación. Y me temo que esto último será lo más inmediato, lo cual es decepcionante”, avisaba.

No toda la industria farmacéutica irlandesa procede de Estados Unidos. Y tanto los laboratorios como el personal gozan de reconocimiento y resultan necesarios para el suministro sanitario de gran parte de la UE. El desafío al que debe hacer frente hoy Dublín es el de preservar un motor económico que, si se materializa la amenaza de Trump, resultara menos atractivo para la inversión exterior.

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Sobre la firma

Rafa de Miguel
Es el corresponsal de EL PAÍS para el Reino Unido e Irlanda. Fue el primer corresponsal de CNN+ en EE UU, donde cubrió el 11-S. Ha dirigido los Servicios Informativos de la SER, fue redactor Jefe de España y Director Adjunto de EL PAÍS. Licenciado en Derecho y Máster en Periodismo por la Escuela de EL PAÍS/UNAM.
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