Cercas, el Papa y la misericordia
En las obras del autor siempre late, oculta, una pregunta moral cuya respuesta es el desarrollo de la trama


Descubrí que me había equivocado pocos minutos antes de la presentación de El loco de Dios en el fin del mundo, pero entonces tampoco había mucho remedio. Fue la semana pasada en Barcelona, era un viernes al atardecer. Estaba convencido de que había dado con una fórmula brillante y original para charlar con Javier Cercas sobre su nuevo libro. Como su protagonista es el Papa y como se acercaba la Semana Santa, en mi memoria cuarentona de educación tibiamente católica, de repente resonó un eco lejano del Evangelio. “¿Seré yo, Señor?”. Si yo acertaba, esa pregunta formulada el Jueves Santo podría transformar nuestro diálogo en algo parecido a la estructura de sus novelas. En el ensayo El punto ciego, Cercas reveló que en sus obras, oculta, siempre está latiendo una pregunta moral cuya respuesta no es unívoca ni simplificadora porque es literaria: la respuesta es el desarrollo de la trama. Esa pregunta bíblica la conocemos por el evangelista Mateo, la escena se desarrolla durante la Última Cena. Se la reiteran los apóstoles, antes de la bendición del pan y del vino, cuando Jesús les anuncia que uno de ellos le traicionará entregándolo a las autoridades romanas. Mi variación a esa pregunta, con la que pretendía iniciar mi intervención, era la siguiente: ¿por qué el elegido por el Vaticano para viajar con Francisco hasta Mongolia fuiste tú, Javier? La respuesta obvia es su prestigio internacional: la mejor demostración de su fama es que a los pocos días de su distribución, el libro llegó al número uno de la lista de los más vendidos simultáneamente en España y en Italia (algo que hasta ahora, por cierto, solo parecía estar al alcance de un artista como Eros Ramazzotti). Pero esa pregunta, que podía sonar suspicaz, estaba equivocada. Lo descubrí pocos minutos antes de la presentación.
Como intuía que el misterio de la novela se resolvía en las últimas páginas, a primera hora de la tarde me reservé media hora para leerlas. Y ese fue el error. Nada de lo que había pensado para la presentación, por muy brillante y original que pareciese, me iba a servir ya. La traca del desenlace, como me había sucedido con alguno de sus otros libros, acabó por desarmar al lector de buena fe que intento ser. Con el giro de guion final e inesperado se me habían humedecido los ojos (y decir humedecer es decir poco) y, como en un rapto místico (para decirlo con erótica cristiana), por unos segundos sentí una extraña sensación, tal vez la que los clásicos denominaron catarsis y que ellos experimentaban ante la tragedia: la operación de leer, sin esperarlo, se me había transformado en un acto de purificación. Desde ese momento la única pregunta que necesitaba responder ya no era para el autor del libro, sino que en realidad tenía que formulármela a mí mismo: ¿por qué demonios, otra vez, el maldito Cercas me había provocado aquella experiencia? Pensé en algo que escribe y reiteran varios de los interlocutores del Vaticano con los que él habló: la palabra que define este papado es misericordia. ¿No es esa una gran lección de la literatura? Explica que Bergoglio la definió como esa experiencia que se siente “cuando la miseria del otro entra en mi corazón”. Esa miseria es constitutiva de la naturaleza humana y el Francisco en lucha consigo mismo que define Cercas la asume como condición para la esperanza. Esa misericordia está en la mejor literatura de Cercas porque logra resucitar la fe en la dignidad de los hombres. Me pareció que tenía la respuesta a la pregunta y, equivocado, soñé que se hacía la luz a toda velocidad. Al volver a casa, oscurecía.
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