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Tribuna
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El nuevo orden de la Alemania de Merz

Ni nostalgia del paraguas estadounidense ni del Oriente autoritario. Necesitamos más ‘Europolitik’ y mejor ‘Ostpolitik’

Las manos del líder de la CDU, Friedrich Merz, sostienen el acuerdo de coalición con el SPD durante su presentación este lunes.
Vicente Palacio

¿Quo vadis, Germania? La gran coalición de democristianos y socialistas en Alemania marcará el camino a Europa. Pero tendrá una exigua mayoría en el Bundestag: en realidad es una pequeña (“kleine”) coalición. La ultraderecha de AfD ha duplicado su representación y ya es hegemónica en los Estados federados del Este. Europa está dividida respecto a Ucrania, Israel, la migración irregular, la financiación de urgentes necesidades, o el “cordón sanitario”. Y el ruido con la istración Trump alcanza máximos decibelios. ¿Qué rumbo deberían tomar la Alemania de Friedrich Merz y la UE? ¿Y cuál debería ser la nueva relación con EE UU?

No vendría mal hacer un poco de memoria. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta hoy, la política alemana y europea ha venido marcada por tres grandes momentos. Y en los tres, la relación con EE UU ha tenido siempre un papel determinante.

Un primer momento fue el consenso constitucional de Bonn, cuando la República Federal de Alemania (RFA) adopta una camisa de fuerza dorada: la Ley Fundamental de 1949. La tutela de Washington hizo posible la autolimitación del Ejército y la progresiva interiorización de un cierto “patriotismo constitucional” (Habermas). El amigo americano fue el demiurgo inicial del “milagro alemán” y puso a la República Federal en el centro de la OTAN y de Occidente como un pilar de la hegemonía estadounidense.

Un segundo momento fue la Ostpolitik (política hacia el Este) promovida por el canciller socialdemócrata Willy Brandt después de 1969. La Ostpolitik abrió la puerta a una distensión (détente) para coexistir con la República Democrática Alemana (RDA) y con la órbita de la Unión Soviética. Anteriormente, De Gaulle había señalado un camino que debería seguir siendo nuestro sueño: una Europa “desde el Atlántico hasta los Urales”. Luego llegaron la “casa común” de Mijaíl Gorbachov y la reunificación alemana bajo Helmut Kohl en octubre de 1990. Apertura y reunificación —¡más Alemania y más Europa!— impulsaron las ampliaciones de la OTAN y de la UE. Ahora bien: durante la Guerra Fría y hasta hoy, Washington siempre ha recelado de una verdadera autonomía europea hacia su flanco oriental. Así fue con Nixon y Kissinger, Carter, Reagan o Biden (el cual prometió “acabar” con el gasoducto Nord Stream si Putin invadía Ucrania). Hoy se invierten los papeles —Bruselas y Trump forcejean por Putin y Ucrania— y Europa rectifica (esta vez sabiamente) buscando nuevas vías de comercio e inversión con China.

Un tercer momento fue el Zeitenwende (cambio de época) del canciller Olaf Scholz, como respuesta a la invasión rusa de Ucrania el 24 de febrero de 2022. Esto suponía una rectificación del viejo consenso de Bonn: Alemania se postulaba para liderar la UE y la OTAN, inyectando 100.000 millones de euros en armas. Fin también de la Ostpolitik: Berlín rompía amarras con la Rusia de Putin. Al final, nada funcionó bien: pronto resultó que no había red debajo. Con Trump, una premisa central del Zeitenwende —el “amigo americano” y la OTAN— ha quedado rápidamente desfasada. Los europeos se asoman a un gran vacío, identitario y estratégico.

Hay varios frentes abiertos con EE UU. La democracia europea está sirviendo de laboratorio de pruebas de la órbita MAGA, en complicidad con la ultraderecha europea. La istración de Trump 2.0 ha dejado muy claro que el America First va en serio. Por mucho tiempo, Washington no va a consultar a Europa nada importante. La paradoja es que EE UU le está señalando a la UE el camino hacia su autonomía estratégica; pero es un camino difícil, con trampas, porque el propio EE UU lo ha sembrado de minas arancelarias o digitales. Con este panorama, ¿cómo debería ser el nuevo orden alemán y europeo?

El Zeitenwende ha muerto, y el nuevo canciller Merz quiere reinventar la Europolitik. Pero esto aún no es más que una voluntad de realineamiento entre Berlín, París y Bruselas. Hay malos augurios: deportaciones en caliente y menos financiación para energías limpias. Pero también podrían darse importantes pasos adelante a lo Mario Draghi: más mercado único y nuevos fondos. Hay un billón de euros anunciado para infraestructuras y defensa, así como nuevas reglas fiscales para aumentar el gasto. Ahora bien: el éxito de estas y otras medidas similares va a depender al menos de dos cosas. Una, de si Alemania lidera políticamente la UE incentivando la industria y la tecnología a nivel europeo. Y dos, si el gasto militar responde a una estrategia y unos objetivos políticos razonables, y no a un militarismo desorbitado. Por cierto, España podría aportar mucha sensatez a este respecto.

Berlín tendría que cambiar su tradicional manera de gobernar desde el centro. Eso significa abandonar la rigidez de la unanimidad y del atlantismo. Lo cual no garantizar el fin de los dobles raseros (Gaza / Ucrania), pero al menos podría introducir otras dinámicas internas. Ahora bien, la Europolitik, el camino hacia la “independencia” de Europa, tampoco puede llevar a un choque de trenes con EE UU. Merz lo tiene complicado: tendrá el aliento de Trump, Elon Musk y la patronal del automóvil en la nuca. Una guerra arancelaria podría costarle a Alemania 25.000 millones de euros este año (según el instituto IW). Merz tendrá que emplearse a fondo para negociar los aranceles al automóvil, el gas licuado, o los cazas F-35. Y al mismo tiempo reconvertir la tecnología alemana para fabricar más tanques, drones o chips.

Sin embargo, esa Europolitik por sí sola no será suficiente. Rota la confianza transatlántica, Europa tiene pendiente una apertura gradual a su flanco oriental para resetear las relaciones con Rusia y China. Hoy, la segunda Ostpolitik se recuerda solo por sus errores. Véase la brecha entre ossis y wessis [ciudadanos de las Alemanias del este y del oeste]; los Schröder y Gazprom; el fracaso de Minsk, o el shock tecnológico con China. Pero quizá sería oportuno resignificar la Ostpolitik, en dos dimensiones.

Una es identitaria. Como en tiempos de Helmut Kohl, la unidad política de Alemania y de Europa continúa siendo nuestro “asunto existencial”. Nos guste o no, los Estados federales, los Orbán, Fico, Kaczyński —¡y los nuevos belicistas!— también son Europa. Desde la firmeza democrática, Berlín y Bruselas tendrán que restañar heridas en su “lado oscuro”. Cordones sanitarios y la apelación a “los valores” no bastan. Hay que escuchar más y resolver las demandas de los ciudadanos.

Otra es la dimensión estratégica, de visión a medio y largo plazo. Aquí la “distensión” se perfila como necesaria para una salida razonable a la guerra en Ucrania. Obviamente, no a corto plazo, porque lo que toca ahora es sacar músculo; pero sí como nuestro horizonte vital. Incluso Scholz reconocía en su Zeitenwende que la seguridad de Europa no se puede alcanzar en oposición a Rusia. ¿Entenderán esto Merz, Macron, o la Comisión? La UE tiene poco margen de maniobra. Putin está en brazos de Xi Jinping, y ambos tienen de su lado a parte del Sur Global. Con realismo y desde la defensa de nuestros intereses, Europa tiene que reconstruir una interlocución diferenciada con el Kremlin y con Pekín. La improvisación, la ansiedad nuclear, o nuestro galopante eurocentrismo, no llevarán a buen puerto.

¿Y Ucrania? La UE ha perdido la guerra, por mala estrategia y algo de mala suerte. Ahora bien, Europa aún está a tiempo de ganar la paz y también la reconstrucción. En puntos tan dispares como Ankara, Pekín, Brasilia, Riad o Abu Dabi, aún puede encontrar apoyos para una “paz justa y duradera”. Pero esa paz será resultado de un largo proceso. Una nueva arquitectura de seguridad europea requiere paciencia, finezza diplomática y amplitud de miras. En ese camino, cabe una gran Conferencia de Seguridad bajo impulso europeo, tipo Helsinki (1973), pero esta vez de carácter global, un Helsinki multipolar. Y como saben las empresas alemanas, este nuevo orden no se puede gestionar a espaldas de China. Trump está hablando directamente con Moscú y Pekín: de Ucrania, armas nucleares, semiconductores, la IA o Taiwán. Más le valdría a la UE adaptarse a las reglas del nuevo orden: renegociarlo todo y con todos, para no quedarse fuera de juego.

Así pues, ni Westalgie (nostalgia del paraguas norteamericano) ni Ostalgie (nostalgia de un Oriente autoritario). Necesitamos más Europolitik y mejor Ostpolitik. En la segunda parte del Fausto de Goethe decía Mefistófeles: “¿quién puede pensar cosa alguna, disparatada o razonable, que no hayan pensado ya nuestros antecesores?”

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