La melodía de Europa
Más que levantar muros, Eurovisión tiende puentes entre los pueblos de Europa y mide la calidad de la democracia en los países participantes


Lo único que no desafina en Eurovisión es la política. Israel ganó el voto popular en Europa porque ahora, cuando el pueblo europeo habla, vota a la derecha revoltosa. A veces, más derecha y, a veces más revoltosa. Lo vimos en las elecciones del fin de semana, de Portugal a Polonia, pasando por Rumania. O en las recientes locales británicas. Y los ultras lideran las encuestas en las cuatro principales economías europeas: Alemania, Reino Unido, Francia e Italia. Es la hora de los descontentos nacionalistas. Pero no es su tiempo.
La ola populista llegó a Basilea el sábado noche. Sin embargo, la corriente de fondo en este concurso de canciones es justo la contraria. Eurovisión no es lo que dicen quienes la infravaloran (una mera competición musical kitsch) ni quienes la sobrevaloran (una nueva forma de guerra geopolítica). Se sitúa a medio camino entre el entretenimiento y la política, en el terreno que permite conocer nuestras sociedades: la cultura popular.
Eurovisión es uno de los lugares más fértiles para el estudio de la civilización europea y sus descontentos, como saben los investigadores que llevan años analizándola. Los datos indican que hay un voto nacionalista y que los países se agrupan en clubes de amigos, generalmente en cuatro bloques: occidental, nórdico, mediterráneo y oriental. Tendemos a confiar más en los cantantes de estas tribus culturales cercanas a la nuestra que en los procedentes de naciones más lejanas. Así, el número de fronteras que hay entre dos países reduce el voto entre ellos, lo que dificulta el desempeño de las representantes de países de la periferia, como España.
Pero, más que levantar muros, Eurovisión tiende puentes entre los pueblos de Europa. Para empezar, las consideraciones artísticas son más importantes que las políticas para decidir al ganador. Más relevante todavía, a medida que aumenta la calidad de la democracia en un país, crece el valor que su ciudadanía le da a la calidad objetiva de las canciones por encima de las lealtades vecinales.
Y, sobre todo, Eurovisión es un canto a la tolerancia. El certamen ha ayudado al reconocimiento y celebración de las minorías sexuales, insuflando aires liberales en todo el continente, frente a regímenes homófobos, como la expulsada Rusia o la autoexcluida Turquía tras la victoria de Conchita Wurst en 2014. Como dijo el ganador de este año al cerrar la gala, el amor es la fuerza más poderosa del mundo. Ese es el mensaje que debería retumbar por encima del odio en todo el continente. Esa es la melodía de Europa.
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