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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

‘La canción’ o cuando Franco se empeñó en que ganáramos Eurovisión porque nadie nos quería

La magnífica serie de Pepe Coira y Fran Araujo en Movistar Plus + se ve como una exhibición de inteligencia y fantásticas interpretaciones que apelan directamente a nuestra entraña emocional

Patrick Criado y Carolina Yuste, en 'La canción'.
Jesús Ruiz Mantilla

“No nos quieren, Carmen, no nos quieren…”. Y en gran parte era cierto. Sobre todo, por su culpa. ¿Quién iba a sentir en la Europa de finales de los años sesenta, iración, respeto, cariño por un país sumido en una prórroga medieval? ¿Quién lo querría de modelo? Nadie. Francisco Franco se quejaba de una evidente realidad. Pero no era del todo capaz de entender que empezarían a tomarnos en serio si él se apartara y no se hubiese empeñado en morir en la cama.

Aun así, probó al final de la dictadura diferentes estrategias para llamar la atención en un mundo que no acertaba a comprender del todo ya. Al menos no tanto cómo había entendido las circunstancias geopolíticas en décadas anteriores para sacar tajada y mantenerse en el poder. Una de ellas le salió bien en las postrimerías: Eurovisión.

Ese intríngulis es el que cuenta de manera brillante una serie como La canción, en Movistar Plus +. La firman Pepe Coira y Fran Araujo, que han contado con Alejandro Marín para dirigirla. Parte de un deseo y un encargo del dirigente en un día de caza. A partir de ahí, no faltan un pulso narrativo más que eficaz y plagado de giros extraordinarios de guion, pero sobre todo un elenco en estado de gracia con Patrick Criado, Carolina Yuste, Alex Brendemühl y Marcel Borras en los papeles principales.

Franco expone su queja ante la corte que lo jalea, obedece y acompaña escopeta en mano mientras un joven ministro gallego, como él, de andares torpes y veladas solitarias, Manuel Fraga Iribarne, recoge el guante. El dictador le va con la matraca quejica de que no nos querían por ahí fuera y formula el deseo de ganar ese festival de canciones. Lo suelta fiel a su olfato y confianza en el arma de la cultura popular, un campo que dominó personalmente con habilidad a lo largo de su trayectoria utilizando sin cesar el cine, la radio, la televisión y la prensa del corazón como le vino en gana.

Acto seguido, la maquinaria se pone en marcha. Un tropel de trepas y burócratas meritorios debe hacerlo posible. Finalmente lo logran… No porque ninguna alianza de países decidiera blanquear un régimen que había dejado claro no dar su brazo a torcer ni para ingresar en la Comunidad Económica Europea (CEE), germen de la UE. Sino porque La, la, la una sencilla canción, pegadiza y tan banal como acertada, conquistó desde el Royal Albert Hall de Londres los corazones de un continente en la voz de Massiel.

Y aquella creación de acordes y letra con enganche universal, que hablaba de cantar a la mañana, lejos de utopías y más clavada a deseos asequibles para afrontar el día a día, se convirtió en la clave de todo. La habían compuesto Ramón Arcusa y Manuel de la Calva, el Dúo Dinámico, y se convirtió en la clave de todo. Además, dio lugar a un cúmulo de peripecias que hicieron espacio a símbolos emergentes. El La, la la provocó una barrera de noes, empezando por el de Joan Manuel Serrat —maravilloso Marcel Borras, más cuando toca vestir la bufanda y el jersey de un mito reconocible—, aquel joven catalán que se empeñó en que le dejaran cantarla en su idioma o nada. Cayó entonces en el intento, pero vistió sus intenciones de una honestidad que con las décadas lo fue transformando en leyenda.

La canción es la clave. Se lo advierte desde el principio Artur Kaps, el productor que sabe de qué va todo, a Esteban Guerra, un turbio, reprimido, avispado, encogido y empático mozo de los recados burocráticos con ambición de caer en la dirección general de Paradores.

Ambos personajes los interpretan de manera magistral Brendemühl, a base de magnífico oficio, y Criado, uno de los actores más complejos, totales y brillantes de la nueva generación. Compañero a la altura de la extraordinaria Carolina Yuste, siempre fina en los matices, con rasgos permanentes de genio en sus acercamientos bien a una policía infiltrada o a una gitana lesbiana, como a una estrella de la música en ascenso al paraíso y pegada a nuestra educación sentimental, como Massiel, la tanqueta de Leganitos.

Si Esteban Guerra no ve más allá del corto plazo en sus movimientos, Massiel y Serrat pensaban y actuaban en sincronía con la llegada de la libertad, el lugar donde verdaderamente querían estar, más allá de aquella cárcel. El gran mérito de la serie ha sido retratar mediante una coartada artística, toda una avalancha sociológica. La de una España putrefacta que buscaba regenerarse en la calle, en la universidad, en aquellos cuartos de juventud enganchados a sus picús, guitarras y aromas de Ducados con el trazo de un enjambre de odiseas particulares y el empeño posible de un país moderno.

La canción es un viaje a esa realidad emergente y ese país concupiscente, aún atorado por la rigidez moral y el fascismo, pero imparable en su voluntad colectiva de cambio, aire fresco y determinación por el disfrute de la vida frente a lo pacato. Contiene tabaco y whisky a la manera de Mad Men, maneras puestas al día de Cuéntame, ecos de Aute, Serrat, Dúo Dinámico y Brincos. Retrata una España joven que desafiaba los porrazos con artistas que decidían cantar para darle una alegría a un pueblo maltratado, pero se negaban después a ser condecorados por Franco, ni hacerse media foto con él.

El óvulo prendido de la futura sociedad que abrazó la democracia de manera natural después y desató con gusto lo que le habían dejado atado y bien atado. Complejo, divertido, festivo, emocionante trabajo el que han logrado plasmar para narrarlo Coira y Araujo como creadores junto a Marín en la dirección, al frente de todo un equipo extraordinario.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.
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