El malagueño que enseña inteligencia artificial a los niños: “Somos esclavos voluntarios de la tecnología que cambia el mundo”
Pionero en el desarrollo de la inteligencia artificial, el investigador y profesor Francisco Vico ha creado una herramienta que enseña programación de manera lúdica a los niños


El barrio de Huelin, al oeste de Málaga, cuenta con enormes bloques construidos en los sesenta y pequeñas casitas que hoy son el sueño de europeos en busca de sol. Uno de sus epicentros es la cafetería del destartalado mercado municipal, humilde y algo cutre. “Pero los churros son increíbles”, dice Francisco Vico (57 años), uno de los habituales del bullicioso local. Es un parroquiano que teme los ruidos fuertes, ama navegar en piragua y escribe cuentos de ciencia ficción. También es catedrático en Inteligencia Artificial y un convencido evangelista de la programación. “Los niños deben estar preparados para un mundo cada vez más tecnificado”, afirma.
Vico era uno de los miles de andaluces destinados a criarse en los barrios obreros de Barcelona, donde nació. Sus padres habían viajado hasta Bellvitge en busca de una oportunidad. Pero el progenitor quedó paralítico y la familia retornó. Se asentaron en Lucena (Córdoba), y su vida cambió cuando con 16 años vio un anuncio en la sucursal del Banco Hispano Americano: bastaba un plazo fijo para obtener a cambio un ordenador ZX Spectrum. Su padre aceptó. Con la ayuda de un manual, empezó a programar en lenguaje Basic lo que aprendía en clase. Realizaba desde operaciones matemáticas hasta la genética mendeliana, con conejitos que iban cambiando de color a medida que se cruzaban. Sus profesores alucinaban.

Estudió en la Universidad en Málaga, en una Facultad donde los profesores provenían de las matemáticas, la física y la ingeniería: ninguno era informático. “Pronto me di cuenta de que los ordenadores solo hacían lo que yo les decía. No tenían originalidad ni magia. Empecé a orientarme a la inteligencia artificial: buscaba que me sorprendieran”, recuerda.
Aprendió por su cuenta sobre redes neuronales tras leer un artículo en la revista Muy Interesante e hizo su tesis sobre neurociencia computacional. De repente estaba en Búfalo (Nueva York) trabajando con una empresa que servía a las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos. Luego, la Universidad de Málaga le reclutó para el área de Ciencias de la Computación e Inteligencia Artificial, donde sigue. “En el aula me siento en mi salsa. Lo que realmente soy es profesor”, asegura.

Entre todos sus proyectos destaca Melomics, que sirvió para crear un ordenador, Iamus, que crea música clásica con calidad profesional y estilo propio a partir de modelos bioinspirados y gramática generativa. Sus creaciones consiguieron engañar a expertos, que cuando recibían las partituras nunca pensaron que fuesen realizadas por una máquina. Era 2012. “La inteligencia artificial ya amenazaba con invadir todas las facetas de nuestra vida, pero no se esperaba que pudiera entrar en la más humana: el arte”, explica. Las composiciones las grabó la Orquesta Sinfónica de Londres. “¿Es esta la respuesta del siglo XXI a Mozart?”, se preguntó entonces la BBC.
Tras un año sabático en Boston decidió centrarse en la alfabetización computacional. Desarrolló Toolbox, herramienta que enseña a programar de manera lúdica a niños. Ahora evangeliza en el lenguaje de la programación en colegios, institutos, barrios marginales y áreas rurales. “Que las personas sepan cómo funciona eso que tienen en sus manos buena parte del día es básico. No podemos ir hacia una sociedad más tecnificada con analfabetos en ese lenguaje”, insiste. Pronto publicará en papel Cartas de Alias, una colección de misivas escritas por una inteligencia artificial con cargo de conciencia. “Somos esclavos voluntarios de una tecnología que cambia el mundo gracias a nosotros y, muchas veces, en contra de nuestros propios intereses”, advierte.
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