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Dulzaro, el “castellano y maricón” renovador del folclore de los pueblos

El artista vallisoletano saca disco reivindicando la cultura popular y al colectivo LGTBI

Dulzaro durante el concierto que celebró en Villalar el día de la Comunidad de Castilla y León.
Juan Navarro

“Una moza en un baile dijo en voz alta: ‘Solo los maricones se ponen falda’ y yo la he contestado con gallardía: ‘Si la envidia te mata, no es culpa mía’”, canta orgulloso Alberto Domínguez Dulzaro sobre una base de jota y electrónica. Miles de personas saltan al son del vallisoletano, vestido de negro y con unas palabras en rojo en la camiseta: “Castellano y maricón”, exhiben la prenda y la voz, jaleadas en Villalar de los Comuneros (Valladolid, 490 habitantes) en la multitudinaria fiesta de Castilla y León. El artista congrega a jóvenes y mayores, nuevas generaciones y veteranos castellanos que conocen el origen del folclore, todos disfrutando de la renovación ofrecida por Dulzaro y su seductora mezcla de lo viejo y lo nuevo. “He sobrevivido gracias a los pueblos”, destaca el cantante y bailarín, heredero de esa cultura popular denostada durante décadas y al alza tras fijarse en ella quienes apelan por regenerar las raíces artísticas de su tierra, en cuyos pequeños pueblos dieron los primeros conciertos antes de los grandes escenarios.

El chaval, de 30 años, se siente poderoso. Lejos queda el bullying escolar por cantar y bailar; hoy ese “proceso” de beber de la música tradicional y abrazarla a estilos modernos como el techno se ha traducido en un disco, conciertos por toda España y, sobre todo, convertirse en icono para quienes nunca lo tuvieron. “Hago esto porque nunca tuve referentes de pequeño o gente del colectivo [LGTBI] que se expresara cerca de mí, es difícil ser distinto”. El lema de “Castellano y maricón” conjuga dos estigmas, el identitario en un territorio sin apego a su historia y linaje —”Hay mucho provincianismo, nadie dice ser castellano”— y el emocional por la libertad de ponerse “una falda y hablar de maricones”. “Castilla y León puede ser una comunidad diversa, los artistas somos puentes”, dice.

Dulzaro reivindica la plataforma del arte para dar voz a esa opresión sentimental y musical, esta última adquirida mediante lecturas y escuchas: desde los expertos Vanesa Muela, Agapito Marazuela o Joaquín Díaz, hasta grupos Celtas Cortos, El Nido o La M.O.D.A., estos hoy abarrotando festivales con canciones sobre Burgos y antaño también de bolo en Villalar. Él lleva experimentando desde 2021 y ha pasado de una fase lorquiana, con el rostro tapado, al impulso actual al folclore ataviado con falda o blusones y acompañado por instrumentos tradicionales como la dulzaina a la que debe su nombre, las cucharas o la pandereta.

Un grupo de seguidoras de Dulzaro baila en el concierto de Villalar.

“No he buscado renovar el folclore, no tenía ni grupo ni músicos sino un teclado de 30 euros y un micrófono de 60, quería conectar con la música tradicional, todo hay que manosearlo y divertirse”, detalla el cantante, que ha hilado esta pasión con su gusto por el techno que tanto escuchó en Berlín o Madrid. Más allá de las metrópolis, su carrera brota de los pueblos castellanos que tanto pateó en sus inicios para expresarles su novedoso concepto folclórico. Dulzaro destaca el legado burgalés ante sus orígenes en Aranda de Duero y ensalza el leonés, zamorano o salmantino, inspiración para remozar coplas y cabalgarlas con ritmos contemporáneos. El joven lamenta el desarraigo castellano hacia su rico pasado cultural, abandonando jotas o bailes tradicionales mientras se celebran Ferias de Abril andaluzas: “No valoramos lo que tenemos, me gustan las sevillanas, pero hay que invertir en nuestras raíces, tiene que haber de todo, pero también de lo nuestro. Envidio a Galicia porque allí subvencionan el folclore, lo incentivan”, apunta. Dulzaro ite “el hambre y las penurias” de la historia castellana y no las rechaza en sus creaciones, pues en su “música hay luz y recogimiento”. “Castilla es también la tristeza innata y en Villalar celebramos una derrota [de la revolución comunera contra las tropas imperiales de Carlos I en 1521]”.

Su discurso reitera el apego hacia las localidades dispersas de la comunidad, donde se forjó. “Gracias a esos pueblos he sobrevivido, hay que comenzar ahí para llenar a festivales, mi esencia está ellos”, celebra el artista, quien halló un clima de acogida aunque algún episodio desagradable como cuando, cantando “A mí me han matado al grito de ‘Maricón”, una canción sobre Lorca y Samuel Luiz, asesinado en Galicia por su condición homosexual, la primera fila se levantó y se fue. “Sé el poder que tiene lo que digo y que si no lo hago yo nadie lo hará, canto desde mi verdad y soy libre y feliz con lo que soy”, reflexiona el también compositor. A quien no le guste, que no mire y que se le haga mirar.

Dulzaro 2025

Dulzaro ultima el ritual y, tras unos compases electrónicos de su compañero Héctor Varela como calentamiento, salta a las tablas y despierta un rugido en el público, que baila como en una rave festivalera ataviada con gorras verdes de Caja Rural o camisetas de Make Castilla Cool Again. Aquí comienza un alarde de canto, de amores de un labradorito, de volar con Ícaro, de combinarse con David Ruiz, de La M.O.D.A., y cantar sentidamente “Vengo de moler, morena”. Entre sus canciones, mensajes. “Mi madre [orgullosa entre bambalinas] me dio un don: ser castellano y maricón” o “Por una Castilla y León donde quepamos todos, libre del fascismo”. Vaya conciertazo. Dulzaro se gana al respetable haciéndole agachar, para gruñido de alguna osteoporosis y alegría de la chavalada, antes de saltar y bailar con banderas LGTBI en lo alto. En primera fila, rebosantes de felicidad, Paula García, Irene Sánchez, Alicia de la Prieta y Julia Castrillo, de entre 18 y 19 años, extasiadas. “Nos gusta el folclore y la fusión con lo joven para que no se pierda; una jota mola para la verbena, pero a Dulzaro lo escucho en casa o en el bus”, cuentan, encantadas, de que esas canciones las entonan con sus mayores. “A mi abuela le encantan y mi madre se pone a cantarlas porque se las sabe de pequeña”. En clase, entre coetáneos, encuentran algunas críticas, respondidas con filosofía: “Hay gente que se ríe de nosotras por escuchar jotas, les decimos que si Rosalía ha modernizado el flamenco, esto es igual”.

La actuación concluye y deja sonriente a la familia zamorana de Pepe Valero, Belén Domingo y su hija Marta, de 71, 64 y 31 años. Cruce generacional y todos encantados. El descubridor fue el padre al ver a Dulzaro en un programa de televisión. Desde entonces es fan. “Me gustan las mezclas y que actualice el folclore para los jóvenes, ha sabido actualizar lo antiguo con show”, explica el progenitor, antes de sentar cátedra con contundencia castellana. “A mí que sea maricón me da igual y su reivindicación me parece muy bien”, asegura.

23/4/2025. Un grupo de jóvenes de Dulzaro baila en el concierto de Villalar.

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Sobre la firma

Juan Navarro
Colaborador de EL PAÍS en Castilla y León, Asturias y Cantabria desde 2019. Aprendió en esRadio, La Moncloa, buscándose la vida y pisando calle. Grado en Periodismo en la Universidad de Valladolid, máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo EL PAÍS. Autor de 'Los rescoldos de la Culebra'.
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