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Francamente, querido
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Memoria blanca

Para Trump no es fácil digerir un pasado marcado por el genocidio de los nativos americanos y la esclavitud

Retrato de la activista antiesclavista Harriet Tubman en 1878.
Elsa Fernández-Santos

El Museo Nacional de Historia y Cultura Afroamericana (NMAAHC) está en la diana de Donald Trump, que hace unas semanas firmó un decreto (su deporte favorito después de jugar al golf) para poder intervenir en la red de museos Smithsonian de Washington. El designado para liderar esa limpieza ideológica es el vicepresidente, J.D. Vance, seguramente el más siniestro y peligroso de los de su Gabinete.

Una de las primeras víctimas de la purga ha sido el director del museo afroamericano, Kevin Young, al frente de la institución desde 2021. Young, editor de poesía de The New Yorker y autor de más de una veintena de poemarios, abandona un museo que desafía la misión declarada de la istración Trump: lo llaman “restaurar la verdad y salud de la historia americana”.

El NMAAHC es un impresionante museo histórico que empieza bajo tierra, donde se reconstruyen las bodegas de los barcos que llevaron a principios del siglo XVII a las primeras personas esclavizadas desde África, y desde allí va subiendo a la superficie, en una eficaz metáfora museográfica sobre el destino de los afroamericanos en Estados Unidos. El recorrido es aterrador. Según el decreto de Trump, lo que cuentan esa y otras instituciones de la red Smithsonian no obedece a un relato ajustado de los hechos sino a un revisionismo que pone “un foco negativo en la historia”. No es fácil digerir un pasado marcado por el salvaje genocidio de los nativos americanos primero y por la esclavitud después.

En otro museo, el Greenwood Rising Black Wall St. History Center, situado en Tulsa (Oklahoma), se reconstruye la masacre que sucedió en esa ciudad en 1921, cuando una turba de hombres blancos destruyó lo que se conocía como el Black Wall Street, la comunidad negra más rica de Estados Unidos, 35 manzanas llenas de prósperos negocios y casas señoriales que quedaron reducidas a cenizas. Centenares murieron o resultaron heridos, y eso se tapó durante décadas con silencio.

Yo nunca había visto un museo con cajas de kleenex en las esquinas, algunas colocadas en bancos ocultos entre cortinas, para llorar en la intimidad. El Greenwood Rising provoca dolor en los visitantes pero en su discurso se subraya una palabra: reconciliación. Está dirigida sobre todo a los visitantes más jóvenes, a los que se les explica que la “reconciliación es un proceso, no un destino”. En el imaginario trumpista, esa reconciliación pasa por regresar al relato previo al asesinato de George Floyd a manos de un policía blanco en Minneapolis en 2020. Es, de nuevo, el famoso Make America Great Again.

En ese lugar presuntamente grande otra vez tampoco hay lugar para Harriet Tubman, personaje histórico cuya heroicidad ha empezado a desvanecerse de las webs federales. Tubman fue una heroína de lo que se conoce como el Underground Railroad. Nacida como esclava en 1822, se escapó en 1849, a los 26 años. En lugar de huir bien lejos, se convirtió en un personaje clave de esta red antiesclavista clandestina. Liberó a 70 esclavos de su plantación primero, y a otros 700 durante la Guerra Civil. Para Trump y los suyos, recordar las proezas de esa mujer, que sirvieron de material para una película (bastante mala) de Cynthia Erivo, solo ensucia la memoria (blanca) de Estados Unidos.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’
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