Petro tiene la camisa roja y roja tiene el alma
Al presidente el rojo lo apasiona. El suyo es un rojo más intenso y revolucionario que el de los liberales del Olimpo Radical del siglo XIX
En medio de un calor que derrite el miedo, en La Dorada, Caldas, el presidente Petro firmó la APP que marca el regreso del tren de carga y pasajeros a Colombia. “¡Vuelve el tren!”, se escuchó gritar a una multitud que vio al mandatario montado en un vagón amarillo, adornado con banderas rojas, como en las épocas en las que el caudillo del pueblo, Jorge Eliécer Gaitán, en la década de los cuarenta del siglo pasado, recorría la geografía nacional sembrando esperanza en un país azotado por la violencia conservadora que, después de su magnicidio, dejó más de 500 mil muertos.
Ahí, en el corazón del Magdalena Medio, una zona azotada por décadas por la influencia criminal del paramilitarismo, el presidente se puso la camisa roja y lanzó uno de sus más ambiciosos programas de transformación nacional con un discurso apasionado, más allá de la realpolitik, impregnado del realismo mágico, de Macondo y el sueño de un país marcado por la vida. Un discurso que ratificó, además, que roja tiene el alma, como su camisa, como sus palabras.
Al presidente el rojo lo apasiona. El suyo es un rojo más intenso y revolucionario que el de los liberales del Olimpo Radical del siglo XIX, que redactaron la Constitución de 1863, que instauró el federalismo y la separación del Estado y la Iglesia; más transformador que el de Aquileo Parra, Uribe Uribe, López Pumarejo y tantos líderes icónicos de esa colectividad histórica, cuya mayoría de dirigentes perdieron el rumbo y, con el paso de los años, se dejaron avasallar por el mercado, se desconectaron de la gente y perdieron la ideología.
El evento de La Dorada cerró un día de buenas noticias para el Gobierno en la antesala de la celebración del Día de los Trabajadores, fecha elegida para la presentación en el Congreso de la República, por el propio presidente, de la consulta popular que pretende garantizar los derechos laborales y recuperar conquistas perdidas hace varias décadas por iniciativa de Álvaro Uribe y César Gaviria.
En la Plaza de Bolívar, el 1 de mayo, ante una multitud de trabajadores, campesinos e indígenas provenientes de diferentes departamentos, Petro, vestido con una chaqueta roja y con guantes blancos, ondeó la bandera de “guerra a muerte”, de la época de la Independencia, y desenfundó la icónica espada del Libertador Bolívar, en una imagen que le da la vuelta al mundo, quedará grabada en la retina de los colombianos, será motivo de toda clase de especulaciones y etiquetada por la oposición como una amenaza a la democracia.
Nunca antes un mandatario colombiano se había atrevido a protagonizar un acto simbólico de esa dimensión política. Petro ha desacralizado ante el pueblo y la estatua del Libertador, un símbolo de la libertad de cinco naciones. Lo hizo después de pronunciar un discurso aún más radical que el de La Dorada, rodeado de su gabinete, su hija Antonella y congresistas del Pacto Histórico.
Frente a la multitud, arremetió, una vez más, contra la vieja clase política y los congresistas que han bloqueado su agenda política y, en especial, su propuesta de reforma laboral. Llamó a revocarlos en las urnas y ratificó su tesis de que el pueblo es el jefe del Congreso, porque es el poder constituido.
Con la consulta popular, el primer mandatario ha logrado liderar la agenda mediática, poner contra las cuerdas a la derecha, señalar el doble discurso de la clase política tradicional frente a los derechos de los trabajadores, e iniciar una campaña de movilización de sus bases, atrayendo a otros sectores, instaurando comités regionales, para garantizar que el proyecto del cambio se mantenga en actitud ganadora con la mira puesta en el 2026.
Hoy la pelota está en la cancha del Senado, que tiene un mes para decidir si aprueba o no las 12 preguntas de la consulta popular, que es una apuesta con la que el Gobierno nacional gana con cara y con sello. Durante los próximos días, el Congreso sentirá la presión del Gobierno, pero en especial de una sociedad civil que ha ganado mayores espacios en los últimos años. Si en su autonomía el Senado hunde la consulta, le dará argumentos al presidente para radicalizar aún más su discurso y recorrer el país desmoronando lo poco que queda de credibilidad del Legislativo, pidiendo la revocatoria de los congresistas opositores e impulsando la necesidad de apoyar a un candidato presidencial de izquierda que continúe el proyecto del cambio. Decirle no a los derechos de los trabajadores será un suicidio político de la derecha.
Si por el contrario, el Senado aprueba la consulta popular, Petro se anotará un éxito político y Colombia entrará en un proceso que necesitará más de 13 millones de votos para ser aprobado. La consulta es, desde ya, un anticipo de las elecciones presidenciales del 2026. Así de sencillo. El presidente tiene el sartén por el mango, mientras la derecha está inmovilizada, reaccionando tarde, sin un antagonista capaz de confrontar con éxito la narrativa de Petro.
Suenan flojos los argumentos de la derecha para oponerse a las demandas de mejores condiciones para los trabajadores. Hablan de la mecánica legislativa, pero no de los derechos laborales. La oposición, esta vez, no ha sido tan fácil como en el plebiscito por la paz de Santos. Hay que recordar que decirle no a la paz, negarse a la implementación de los acuerdos con las FARC, le sigue pasando factura a la derecha.
Las encuestas están demostrando que, a pesar de los adjetivos negativos de la oposición y sus campañas de demolición, Petro está recuperando el teflón, creciendo y atrayendo la confianza de los jóvenes y los estratos 1, 2 y 3, sectores que se habían alejado. Así lo reveló la última encuesta de Invamer Poll, que muestra un repunte de la aprobación del Gobierno, que subió cinco puntos, entre febrero y abril de este año, al pasar del 32% al 37%. Los jóvenes entre 18 y 24 años disminuyeron la desaprobación en 14 puntos y hoy está en un 39%. Esta cifra es vital para el proyecto político de izquierda democrática en el 2026, ya que ese sector poblacional fue decisorio en la elección del primer gobierno de izquierda en 200 años.
Otra buena noticia para el Gobierno son los indicadores económicos de empleo e inflación. Esos dos datos obligaron a la Junta Directiva del Banco de la República, que es autónoma, a desescalar la tasa de interés en un 0,25%.
La pregunta final es por qué creció Petro en las encuestas y si lo seguirá haciendo. La respuesta es sencilla: se está sintonizando nuevamente con su electorado, separando su imagen de la de sus ministros y altos funcionarios emproblemados, mostrándose como un líder capaz no solo de desafiar a Trump, sino de ganarle el pulso a la vieja clase política, cuyo líder está hoy sentado en el banquillo de los acusados, pidiéndole auxilio a Washington para impedir que la justicia lo alcance. La derecha está huérfana y Petro está en campaña, radicalizado y con la bandera “guerra a muerte” en alto. Son tiempos de alta tensión política.
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